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Que 2013 sea tan bueno o mejor y que lo sepamos valorar

«Los revolucionarios han de ser pragmáticos; las listas de deseos son para Navidad»

Brian Keenan, comandante del IRA

Estas fechas son propicias para hacer balance del pasado reciente y expresar deseos para el futuro cercano. Sin embargo, quizá el ambiente no sea el mejor para acertar ni en lo uno ni en lo otro. Se corre el riesgo de ser demasiado parco en la valoración y excesivamente positivo en las peticiones. Lo cual, por definición, suele dar pie a la frustración. Desde una perspectiva abertzale y de izquierda, si se analiza lo ocurrido en nuestro entorno durante estos doce meses -siempre teniendo en cuenta lo que tardan los cambios sociopolíticos en cristalizar-, cabría pedirle a 2013 que fuese, como mínimo, tan positivo como 2012. No obstante, también se debería pedir una pizca más de inteligencia a la hora de analizarlo, al transmitir el valor de cada logro -por ejemplo, el de cada libertad recuperada-, de cada paso -tanto en el plano ideológico como en el práctico-, de cada pelea -cada vez que se pone freno a una injusticia-. Hay que aprender de los errores cometidos, buscando nuevas fórmulas para lograr los mismos objetivos. Porque si algo ha tenido 2012 han sido buenas noticias pésimamente encajadas y, en consecuencia, bastante mal gestionadas.

Evidentemente, el mundo está hecho un auténtico desastre. El sistema está al borde del colapso permanentemente y las alternativas no cogen fuerza suficiente; la democracia no avanza a la misma velocidad que los deseos de democracia de la gente; las desigualdades crecen; la pobreza amenaza cada vez a más y más personas... El sufrimiento hace difícil mirar más allá. Pero sobre ese panorama general, este año ha habido avances relevantes, tanto a nivel global como en Euskal Herria. En este lado de la balanza se han puesto iniciativas, pensamientos y acciones de peso que a medio plazo pueden equilibrar la batalla por un mundo más justo. Si se gestionan bien, claro.

Para eso lo primero es valorarlos en su justa medida, sin falsos triunfalismos pero sin ceder a la frustración inducida por un poder que ve peligrar su hegemonía (su nerviosismo es un signo claro de todo ello). Ahora bien, pensar que el enemigo va a hacer el trabajo por ti; abonarse al tremendismo; vivir cada discrepancia como una tragedia; no hacer caso de las matemáticas cuando de aritmética se trata; mezclar política, religión, ciencia y moral en todos los temas y a partes iguales; sentirse más cómodo en el enfado de la derrota que en la celebración de la victoria; generar expectativas en cuestiones que no dependen de ti... No hay que ser un renombrado autor de libros de autoayuda para saber que nada de eso constituye una muy buena política. Quizá sea que, ahora sí, se están padeciendo algunas de las consecuencias de la década de las ilegalizaciones.

En todo caso, si bien dentro de las funciones de los periódicos está hacer marcaje del poder (del ajeno y del cercano), nuestra labor no es decir al resto lo que tiene que hacer. Bastante trabajo tiene cada cual. Además, a veces da la impresión de que en los últimos tiempos estamos dejando de ser aquel pueblo reconocido por sus grandes abogados para convertirnos en una etnia secuestrada por pequeños fiscales. Es uno de los riesgos de pasar de una fase de resistencia a una de construcción. Conviene reconocerlo para no caer en ese lamentable error.

Ecualizador de sentimientos de una comunidad

¿Qué se le puede pedir al periódico para este año? A lo largo de la historia se han dado diferentes definiciones de lo que es un buen periódico. Una de las más memorables -ya ha sido mencionada aquí anteriormente- es la de Arthur Miller, que reza «un buen periódico es, supongo, una nación hablándose a sí misma». No obstante, hay que admitir que, quitando épocas de guerra total en las que un periódico por sí mismo puede representar lo que defiende una nación unida, los periódicos hablan más a comunidades concretas que a naciones enteras. Y una comunidad hablándose a sí misma es algo parecido a una terapia de grupo. Algo de eso hay, y no está mal.

No obstante, resulta más útil entender los periódicos como ecualizadores de los sentimientos de las comunidades a las que se dirigen que como divanes comunitarios. La prensa pone en valor las cosas, jerarquiza los problemas, analiza las fortalezas y las debilidades, transmite confianza o desconfianza, hace creer verdades o mentiras y refuerza las convicciones, sean estas las que sean. Por eso, además de las múltiples tareas que tenemos enfrente -reconversión del sector, vertebrar la comunidad, diversificar fuentes de financiación, cambio del sistema de producción... en definitiva, no despistarnos, aguantar el tirón, seguir avanzando e intentar acertar-, uno de los retos más importantes que tiene el grupo comunicativo que se vertebra en torno a GARA es aportar perspectiva. Levantar la mirada y con ella el ánimo. Lo logrado hasta ahora resulta increíble y, si bien los retos son inmensos, hay condiciones para llevarlos a cabo. Es cierto que falta un poco de todo y bastante de algunas cosas; que ciertas personas, cruciales, podrían marcar diferencias y que existe cierta tendencia a repetir esquemas. Pero la frustración, como no sea a modo de pronóstico, no aguanta un análisis objetivo de lo ocurrido hasta el momento.

Puestos a pedir, ya que es Navidad, se podría pedir que en este año que ahora entra seamos más pragmáticos. Es decir, como decía Keenan, que seamos revolucionarios.

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