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CRíTICA: «¡Rompe Ralph!»

Cómo están cambiando los cuentos de Disney

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Mikel INSAUSTI I

Hoy en día veo los estrenos de Disney con mucha más ilusión que cuando era niño, gracias a que la entrada de John Lasseter como nuevo supervisor del estudio ha traído consigo una total renovación, tanto en el apartado técnico como en el conceptual. El protagonismo de un personaje negativo sería impensable bajo el logo de la gran D hace apenas unos años, pero al día de hoy es un hecho inamovible a tenor del éxito en la taquilla mundial alcanzado por «¡Rompe Ralph!». En mi opinión, absolutamente merecido, al ofrecer una dimensión mágica de los videojuegos con la que jamás se me habría ocurrido soñar. Todo es posible con los guionistas tan imaginativos con los que cuenta la casa, capaces de trasladarte a donde antes nadie te había llevado.

La filosofía Pixar que subyace en «¡Rompe Ralph!» es exactamente la misma que Lasseter aplicó a los juguetes en «Toy Story», al recordar a los niños y a sus padres que no hay que arrinconar a los que se van quedando viejos porque sería tanto como prescindir de una parte entrañable de nosotros mismos. Un pensamiento que, llevado al videojuego, advierte sobre la amenaza que supone para el usuario dejarse atrapar por el esquematismo moral que enfrenta a buenos y malos. En el nivel del entretenimiento virtual, al igual que en la vida real, cada cual cumple con su función, que no es ni mejor ni peor.

Ralph está cansado de ser el villano del maniqueo juego que le condena al papel de demoledor, mientras su antagonista Felix es el héroe que repara lo que él destruye. Y de nada le sirve acudir a las reuniones de personajes malvados, donde confiesan sus problemas al resto del grupo en círculo, a la manera de Alcohólicos Anónimos. Querrá sentir lo que es estar al otro lado, introduciéndose en otros videojuegos desde una Estación Central de acceso, la cual recuerda al almacén o centro distribuidor de «Monstruos S.A.». Su marcha acarreará la desconexión de la máquina de origen, siendo reclamado por quienes previamente ni siquiera le invitaron a la fiesta del treinta aniversario.

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