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Análisis | protestas en irak

La espiga que parte la espalda del camello

El periodista Karlos Zurutuza, que ha cubierto ampliamente la ocupación de Irak, valora las últimas protestas de miles de iraquíes suníes para exigir reformas y la dimisión del primer ministro, al que acusan de estar detrás de la ola de detenciones por motivos políticos o religiosos.

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Karlos ZURUTUZA I Periodista

Hablamos de las decenas de miles de manifestantes que han tomado las calles de las regiones predominantemente suníes de Irak durante esta semana. El detonante se achaca al arresto de varios guardaespaldas del ministro de Finanzas, Rifa al Isasi, un suní perteneciente al bloque laico Iraqiya, aunque hay quien detecta un «efecto recuerdo» en la segunda condena a muerte in absentia del fugitivo Tarek al Hashemi, vicepresidente del país hasta ser acusado de «terrorismo» por el primer ministro, Nuri al Maliki. La violación y muerte de una adolescente en una comisaría de la provincia de Nínive hace diez días también entra en las quinielas.

A nadie sorprende que las revueltas más importantes desde aquel conato de «Primavera Iraquí» en febrero de 2011 se produzcan en las regiones occidentales del país. Ser hoy suní en Irak cierra las puertas del empleo pero abre las de las cárceles. Así las cosas, las provincias de Nínive, Anbar y Salahadin, al oeste y noroeste de Bagdad, se han convertido en destino para miles de desplazados internos; familias a las que la penuria económica o la persecución han expulsado de sus hogares.

Una visita a Samarra, Faluyah, Tikrit o Ramadi pasa por atravesar puestos de control del Ejército iraquí, desde los que Alí -el yerno de Mahoma al que los chiíes procesan ciega devoción- clava su adusta mirada.

La atmósfera es de ocupación, esta vez no a manos del combinado anglonorteamericano sino de soldados iraquíes que la minoría suní contempla como meras marionetas uniformadas de Teherán. «Maliki, deja de obedecer a Irán», es una de las consignas coreadas por los miles de manifestantes durante esta semana, un slogan que también ha suscrito algún que otro jeque chií del sur del país en rechazo a los safávidas (los chiíes persas).

Informantes en la zona corroboraban vía telefónica las elocuentes imágenes que circulan estos días por internet: multitudes entre las que ondean banderas iraquíes de la época de Saddam -la que reza «Alá es grande» en la propia caligrafía del líder depuesto- junto a enseñas kurdas y las de la oposición siria.

La primera es la excusa perfecta para que Maliki se niegue a dialogar con una oposición «formada por elementos del antiguo régimen»; la segunda viene a recordar que los kurdos de Irak están cada vez más lejos de Bagdad, eso sí, por motivos más bien comerciales, que nada tienen que ver con el eterno anatema entre suníes y chiíes.

Al este de Siria. La bandera que más ha de preocupar a Maliki es la de la oposición siria. Es sabido que el apoyo de Teherán a los Assad pasa por el eje de Bagdad. Si el líder sirio tiene a Hizbullah como máximo aliado en su frontera con Líbano, en la de Irak cuenta con el Ejército iraquí y, sobre todo, con las milicias de Moqtada al Sadr. Hablamos de ese carismático estudiante a ayatollah que lidera el partido bisagra gracias al cual Maliki es hoy primer ministro.

Durante una cobertura en las regiones suníes de Irak la pasada primavera, el periodista Andoni Lubaki y yo constatábamos la inquietud entre los locales sobre el tráfico de milicias chiíes hacia Siria. Presuntamente, atravesaban los puestos de control iraquíes gracias a un salvoconducto de Bagdad.

Hemos relegado a Irak a las cunetas informativas en los últimos años pero lo cierto es que la falla entre chiíes y suníes no ha dejado de abrirse. Si el Muro de Berlín tiene hoy su réplica en las laberínticas empalizadas de hormigón que diseccionan Bagdad, el Telón de Acero entre ambas sectas del islam se encuentra hoy entre el oeste suní y el sureste chií de Irak.

«Los suníes nos hemos sentido completamente desamparados desde la ocupación en 2003, pero lo que está ocurriendo hoy en todo el mundo árabe ha cambiado radicalmente nuestra perspectiva», explicaba a GARA desde Samarra uno de los participantes en las protestas.

Y es que no son los kurdos el único pueblo dividido en la región por las rectilíneas fronteras postcoloniales. También hay multitud de familias árabes desperdigadas a ambos lados de la frontera sirio-iraquí.

Los milicianos chiíes cruzan a Siria espoleadas por Teherán y Bagdad pero muchos de los combatientes suníes atraviesan la frontera para unirse en armas a un familiar más o menos cercano. Allí formarán filas con yihadistas llegados desde mucho más lejos, quizás los mismos que les prestaron ayuda para combatir a los americanos en 2003 y, de paso, eliminaron u obligaron a huir a todos aquellos suníes formados y capaces de construir una sociedad civil en las antípodas de su medieval ortodoxia religiosa.

¿Pasarán por el mismo trance los opositores sirios a manos de salafistas como las brigadas de Al-Nusra?

Muchos apuntan a que Teherán financió en su día a aquellos mismos grupos para dejar fuera de juego a los suníes tras la caída de Saddam. No sería un plan B descabellado ante un hipotético cambio de régimen en Siria.

Irak como experimento, como el país en el que habrían de mirarse aquellos que han finiquitado recientemente un régimen enquistado en el poder durante décadas. Por cierto, la próxima primavera se cumple ya la primera década desde la invasión y posterior destrucción de Irak.

2012 acaba con manifestaciones en el oeste de Irak. Entra en lo puramente anecdótico que la gota que colma el vaso -«la espiga que parte la espalda del camello», en su versión iraquí- sea la segunda condena a muerte de Hashemi, el arresto de los guardaespaldas o la niña violada por un policía en la localidad de Nínive.

Lo realmente significativo es que todo parece seguir un orden nietzscheano: el camello se transforma en león.

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