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CRíTICA: «Woody Allen: El documental»

Retrato robot de un genio cinematográfico inabarcable

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Mikel INSAUSTI I

Después de ver «Woody Allen: El documental» he comprendido por qué el cineasta neoyorquino le dio largas durante tantos años al realizador Robert B. Weide, especializado en monográficos y programas televisivos sobre cómicos del medio. Allen no es un humorista al uso y nunca lo fue, por lo que para abarcar su vida y obra habría hecho falta el seguimiento por parte de alguien más cercano e identificado con su autoría fílmica.

El rutinario documental de Weide solo merece la pena cuando el protagonista habla, a sabiendas de que todo lo que dice este hombre resulta interesante e ingenioso. Por lo demás no pasa de ser el típico reportaje que emiten a todas horas los canales temáticos como Bio, los cuales suelen seguir por orden cronológico la filmográfia del realizador de turno. No descubre nada nuevo sobre Woody Allen o su entorno, limitándose a resumir lo que ya se conoce de él, por ser de dominio público. Tampoco se comprende que no aproveche la ocasión excepcional de reunir a los grandes nombres que han formado parte de sus equipos técnicos y artísticos, más la inclusión como invitado de lujo del colega Martin Scorsese, por aquello de que fue codirector del filme colectivo «Historias de Nueva York».

«Woody Allen: El documental» funciona únicamente cuando se sale del cerrado esquema biofílmico para tocar, al menos tangencialmente, aspectos que se extienden a lo largo y ancho de su carrera. El propio creador explica muy bien las razones que le han llevado a primar la cantidad dentro de su producción artística, convencido de que al rodar más películas siempre habrá un mayor número de probabilidades de que surja una pieza maestra. Del mismo modo que confiesa sentirse ante todo escritor, y que es la parte de su trabajo que más le gusta llevar a cabo nada más levantarse por la mañana. La jornada de rodaje se suele alargar más de la cuenta, y prefiere acabar a buena hora para ver alguna retransmisión deportiva en casa. Esa es la sorprendente aclaración (no es cuestión de estilo) a su resistencia a repetir tomas.

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