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CRÓNICA | CONCIERTO DE AÑO NUEVO

Los valses somnolientos del director Franz Welser-Möst

Como cada año, millones de personas se levantaron ayer al ritmo de los valses y polcas de la familia Strauss. El Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida esta vez por Franz Welser-Möst, fue uno de los más discretos de los últimos años.

 

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Mikel CHAMIZO I

Repetía el austríaco Franz Welser-Möst al frente del concierto más célebre del mundo, el Concierto de Año Nuevo que cada 1 de enero, desde 1941, la Orquesta Filarmónica de Viena ofrece en la maravillosa Sala Dorada de la Musikverein y que es televisado por más de ochenta televisiones, con una audiencia estimada de mil millones de espectadores. Ya sorprendió hace un año el anuncio de que Franz Welser-Möst -o como le llaman sus detractores, Frankly worse than most (Francamente peor que la mayoría)- volvería a dirigir este concierto tras su primera incursión hace tan solo un par de años, que no pasó a los anales de la historia.

Director conservador

Pero los músicos de la Filarmónica de Viena mandan en este tipo de decisiones, y Welser-Möst es desde luego un director de extraordinaria profesionalidad. Titular de la Ópera de Viena y de la Filarmónica de Cleveland, es prácticamente imposible hallar errores en las versiones de cualquier música que dirija, especialmente si se trata de repertorio centroeuropeo, que conoce y sabe interpretar como muy pocas batutas en la actualidad. Pero Welser-Möst es también un director conservador, excesivamente sobrio, con tendencia a versiones cerebrales antes que emocionales. Y ese es, probablemente, el peor perfil que puede tener un  candidato  a   dirigir  el
Concierto de Año Nuevo.

Ya desde la polca “La doncella” de Josef Strauss y el “Vals del beso”, de Johann Strauss Jr., con que comenzó el recital, Welser-Möst se mostró excesivamente prudente. Sus rubatos –esa técnica que consiste en ralentizar momentáneamente el tempo de la música y cuyo dominio es vital para un buen director de valses– estuvieron escrupulosamente calibrados y perfectamente ejecutados por los maestros vieneses, pero milagrosamente consiguieron no transmitir demasiada gracia, emoción o riesgo, que es precisamente su objetivo. Sí estaba presente en las versiones de Mariss Jansons el pasado año, aunque paradójicamente sus rubatos no eran nada perfectos.

Twitter brama

Continuó la primera parte con dos piezas más de Josef y Johann Jr., para desembocar en la conocida obertura de la “Caballería ligera” de Suppé. ¿Qué le llevaría a Welser-Möst a tocar una música así, con esa fanfarria que es casi gamberra, de una forma tan seria y trascendente?

Tras un intermedio con un docudrama amoroso excesivamente pastel, pesado en comparación con el maravilloso reportaje de Viena flotante  del pasado año, se reanudó el concierto con la “Música de las esferas” de Josef Strauss, de nuevo magníficamente tocada pero corta de aliento, a pesar de que la pieza esconde miles de recovecos donde soltarse la melena. A estas alturas todo Twitter bramaba ya en contra de Welser-Möst, calificando el concierto como el más aburrido en muchos años. La inclusión de fragmentos de Wagner y Verdi, compositores cuyo bicentenario se celebra en el 2013, consiguió focalizar la atención en las buenas cualidades de la batuta de Welser-Möst, que las había, pero el resto de valses y polcas –se le puede agradecer haber escogido un buen puñado de piezas inéditas– persistieron en esa senda anodina que resulta tan poco vistosa para un evento que, más que un concierto, debería ser una fiesta. En 2013 será Barenboim el encargado de dirigirlo. En 2009  no estuvo nada mal.
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