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El debate político argentino en torno a «Infancia clandestina» salta el charco

La respuesta en Cartas al Director de «El País» por parte de Benjamín Ávila a un artículo firmado por Francisco Peregil, corresponsal del diario en Argentina, traslada el debate sobre la película «Infancia clandestina» a un contexto político que nada tiene que ver con el original.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

En mi crítica cinematográfica sobre «Infancia clandestina» me hacía eco del debate que ha provocado en Argentina el estreno de la película, donde se ha llegado a decir de todo, incluso que es una producción oficialista de Luis Puenzo, tachada en consecuencia de kirchnerista. Pasado el tiempo, ya se sabe que cada cual trata de reivindicar la lucha contra la dictadura militar para si, y con ella la acción de los montoneros a través de los correspondientes homenajes.

También, confesaba no comprender muy bien dicha polémica interna desde el exterior, por respeto a aquellos a quienes les toca más de cerca. En cambio, Francisco Peregil, corresponsal del diario «El País» en Argentina muestra una visión tan particular y diferente del asunto, que niega la existencia de debate alguno.

Montoneros y etarras

Tan insólita y extraña percepción de las cosas viene motivada en su artículo titulado «¿Y si fueran etarras?», por el afán de establecer una tendenciosa comparativa entre el activismo de los montoneros y el de ETA. Según él, en Argentina todo el mundo admite la película en connivencia histórica con los montoneros. Llega a decir que Benjamín Ávila, autor de la misma, no muestra nunca a los activistas matando, y que los humaniza de forma apologética e interesada. No puede ser más manipulador en su análisis, puesto que sabe bien, o debería saberlo, que la narración está planteada desde el punto de vista de un niño, que asiste a los hechos como si formaran parte de un juego o del argumento de un tebeo. Se trata de describir la situación familiar de los hijos victimizados por la persecución política a sus padres, y no de hacer un retrato más o menos amable de la guerrilla.

Pero quien no quiere entender lo que se le cuenta desde la pantalla tampoco está dispuesto a admitir las reacciones que el visionado pueda suscitar en los demás. El corresponsal afirma asimismo que los argentinos parecen no querer caer en la cuenta del peligro que supone una influencia ideológica por la parte paterna en la educación de los menores. Pero qué empeño en españolizar o «wertizar» a los argentinos. Además es falso, ya que Benjamín Ávila deja abierta una puerta a la reflexión del espectador, cuando plantea en una de las secuencias claves la agria discusión entre la abuela (Cristina Banegas) y la madre (Natalia Oreiro), precisamente a cuenta de los problemas que la vida clandestina plantea al pequeño protagonista aún en período de formación. No se deberían juzgar a la ligera decisiones tan intimas y personales.

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