F alta la confirmación oficial, pero todo apunta a que el aeropuerto de Hondarribia se quedará tal y como está. Leo que representantes del PP de Gipuzkoa y de la Asociación para el Fomento del Aeropuerto (Afodesa) se reunieron el miércoles en Madrid con responsables del Ministerio de Fomento. Los casi 23 millones que costaría la obra hacen que el proyecto vaya a dormir el sueño de los justos.

Ante la imposibilidad de ajustarse a la normativa, se pedirá la declaración de excepcionalidad contemplada para instalaciones ya existentes y que por diversos motivos no pueden extender sus pistas. Lo que más llama la atención es que, por lo que uno conoce, se transmitía que la ampliación iba a servir para que en Hondarribia pudiesen operar aviones más grandes, lo que equivalía a precios más baratos y novedosos destinos. Ahora resulta que según Borja Sémper, presidente del PP de Gipuzkoa, la excepcionalidad «es a todas luces mejor que la ampliación propuesta», ya que esta suponía «una reducción de 100 metros en la operatividad».

Nada más enterarme me ha venido a la memoria el proyecto de superpuerto en las laderas de Jaizkibel. El proyecto originario era imprescindible, con una dársena de 158 hectáreas y un coste en torno a los 2.000 millones de euros. Luego se bajó a 135 hectáreas y posteriormente a 90, de lo cual cabía deducir que las 158 del principio ya no eran tan imprescindibles. El presupuesto se quedaba en 750 millones. Casi nada, menos de la mitad.

Y así podríamos continuar hablando de trenes, carreteras u otras infraestructuras. No son pocas las ocasiones en las que creo que se nos va la olla y que, por ejemplo en Donostia y alrededores, con unos pocos cientos de miles de habitantes, nos pretendemos comparar con grandes urbes mundiales. El problema radica en que se puede montar un circo con cuatro pistas y no un espectáculo acorde a las auténticas necesidades, pero al final no hay ni público ni artistas y los que acaban pagando la factura son los mismos payasos de siempre.