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«Amour»

Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Aveces ocurre. Sucede que un cineasta acierta con la historia que nos cuenta, con el modo en el que lo hace. Michael Haneke habla en su última película de eso tan ambiguo e indefinible que es el amor. En «Amour», Haneke retrata con maestría el ocaso de la vida, la fragilidad de la existencia humana. Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva son George y Anne, dos ancianos que se aman, que se acompañan en el final de la vida. Su decadencia es retratada como si de una ventana abierta a la vida se tratara, planos secuencia en los que una cámara (prácticamente) estática encuadra sus últimos momentos. Instantes de vida y muerte, de música y relatos, de cariño incondicional. La vida y la muerte se nos muestran complementarias y la musicalidad del tiempo narrativo nos guía como una melodía por esta historia de gestos cotidianos en los que lavar los platos, cortar flores o conversar parecen actos sublimes. Y lo son, su relevancia reside en que serán los últimos. La vida es y parece maravillosa cuando la vemos retratada en un álbum de fotos, cuando recordamos anécdotas de la niñez. Y la vida es cruel cuando hace que un adulto sea consciente de que se orina en la cama sin poder evitarlo. Michael Haneke, sin dejarse llevar por sentimentalismos, consigue emocionarnos con un guión en el que las piezas encajan. En «Amour» nuestra mirada se introduce en el apartamento de los protagonistas para vivir con ellos su desesperanza, su día a día. La imagen de la Beau Morte, Schubert, la pintura, nada pertenece al azar en «Amour». Todos los elementos están presentes para que lleguen al corazón del espectador y ahí se queden. «Amour» es un «chute» de vida.