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Crónica | Desolación en Alepo

Bienvenidos al infierno (sirio)

Ten cuidado al otro lado, es muy peligroso», me advierte el funcionario turco de la aduana de Killis. Le respondo que así lo hare, mientras recorro los últimos metros bajo jurisprudencia turca.

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Andoni LUBAKI (Alepo)

Avanzo solo por un corredor mal asfaltado. Las torretas de vigilancia que se yerguen a los lados, fantasmagóricas e imponentes, ofrecen la única sombra en todo el camino. Nadie detrás de mí y nadie delante de momento. El frío se hace insoportable y decido caminar mas rápido para entrar en calor. A unos cuantos metros, la bandera Siria se levanta sobre todo edificio colindante. Al llegar nadie me pide el pasaporte, nadie me pregunta de dónde soy, ni lo que vengo a hacer. Se limitan a mirarme con curiosidad, nada más. Un hombre se me acerca y me pregunta «¿Alepo?». Asiento y acto seguido me subo a un coche desvencijado. El vehículo zigzaguea continuamente por la carretera. El asfalto es aún peor en esta zona del vallado debido al impacto de morteros por recientes batallas.

El chófer, que se hace llamar Ahmed, me informa de que la zona que recorremos al principio de nuestro viaje se conoce con el nombre de Azzaz. «Hubo una gran batalla aquí no hace mucho y debido a ello está todo derruido. Incluso hay dos tanques del ejército de Al Assad destrozados más adelante»

Recorremos pueblos destrozados, casas reducidas a escombros por la aviación de Al-Assad, que durante la batalla bombardeó dificultando el avance del Ejercito Libre Sirio. No hay muro de piedra que no este agujereado por balazos. Todas ellas sirvieron de parapeto para los guerrilleros rebeldes.

Le pregunto a Ahmed en qué trabaja la gente en una región tan destrozada. «De momento en nada. Yo tengo suerte de tener un coche que se mantuvo bien después de la batalla y traigo gente desde la frontera hasta Alepo. Tengo cuatro hijos y tengo que mantenerlos. Hay familias que lo han perdido todo, incluso parientes que no tomaron parte en la batalla pero fueron víctimas de metralla o francotiradores de Al-Assad». Le pregunto si sería posible hablar con algún vecino. «No creo que quieran. Durante años el Gobierno de al-Assad demonizó a la prensa extranjera y aún en estas localidades prevalecen esas creencias».  Insisto al conductor en que pare para preguntar a un aldeano.

Diviso a un hombre, sentado en una montículo que parece haberse utilizado como trinchera, junto a unas pocas ovejas. Se llama Abdullah, es «pastor casi desde que nací, igual que mi padre». Le pregunto si vive exclusivamente del pastoreo y el  hombre me responde vehemente, señalando los campos, que «sí, hasta que la guerra vino y murieron casi todas las ovejas que tenía. Antes era un pastor rico, ahora sobrevivo a duras penas con lo poco que me ha quedado. Pude salvar a estas que ves aquí. Supliqué a un bando y a otro que respetaran mi rebaño, pero ni uno ni otro lo hicieron. Nadie me robó nada, pero debido al fuego cruzado entre los dos bandos perdí casi 70 ovejas en época de parir. Es un desastre, un desastre». El enjuto anciano, ataviado con un viejo abrigo, clama al cielo gritando. «Está preguntándole a Alá qué es lo que ha hecho mal para que le castigue como lo ha hecho, me traduce el chófer. Seguimos zigzagueando por la carretera que nos ha de llevar a Alepo. Ahmed me dice que nunca se ha de ir por las carreteras generales, ya que está controlado por sabihas (milicias fieles a Al-Assad). «Siempre voy por el lugar más seguro, aunque sea el más largo. Quiero ver a mis hijos crecer», recuerda.

Unos cuantos kilómetros mas adelante atravesamos la ciudad industrial de Alepo. Antes de la guerra, la que se supone es la ciudad mas antigua del mundo, era el motor económico de Siria. Con mas de 15.000 empresas registradas, la ciudad industrial era el orgullo de los locales, «tenía mas empresas que Damasco» afirma Ahmed. «Ahora, debido a que no hay luz, las
pocas fábricas que quedan de pie, no funcionan, o lo hacen a medio gas».

«Estamos llegando, mira esa columna de humo» señala al horizonte, donde una gran humareda negra parte el cielo plomizo en dos. La entrada a Alepo no puede ser mas desoladora. El barro inunda todas las calles y las casas que quedan en pie, ennegrecidas por el humo del fuego de los bombardeos, se mezclan con las derruidas. Pocos cristales se ven en las ventanas y los que quedan sufren algún impacto que los hizo resquebrajarse. Ahmed recorre la ciudad señalando dónde cayó una bomba o un misil lanzado desde un avión o helicóptero. «En todas ellas aún hay rastros de sangre de civiles muertos. La mayoría de los muertos en estos bombardeos son gente que vivía en esas casas o que tenían el negocio en la entreplanta. Ni siquiera eran combatientes», afirma.

La ciudad ha quedado divida en dos. Por una parte, la zona controlada por las tropas de al-Assad, y por la otra la que domina el Ejército Libre Sirio. Autobuses calcinados y avenidas marcan la frontera entre ellas. «No sé cómo será el infierno, ni quiero saberlo, pero no será muy diferente a lo que se está viviendo en unos barrios de Alepo. Hay una frase que digo a todo aquel extranjero que llega a la ciudad», sentencia  Ahmed  «Welcome to Hell !!».

 

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