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CRíTICA teatro

Teatro asambleario

Carlos GIL

Los nacidos en los años de la dictadura pinochetista hablan. Forman con sus biografías reales un tejido social, emotivo y político que alumbra en la oscuridad de una memoria vertida desde el interior de la experiencia contada. Los que vemos son de verdad los que dicen ser, no son actores en el sentido estricto, son personas, jóvenes, que nos cuentan sus vidas, sus recuerdos, sus peripecias vitales, teniendo como referencia histórica el año en que nacieron cada uno de ellos.

Es por lo tanto un teatro comunal, un teatro de cercanía, de necesidad, político en el sentido más profundo del término, pero convertido en la comunión de la sala con el escenario, en una obra de arte. La promotora es la autora, música, actriz y directora argentina Lola Arias, que tiene una laga trayectoria haciendo este tipo de encuentros, de experiencias artísticas que trascienden cualquier relación estilística, profesional canónica. Es un grandísimo espectáculo teatral por lo que tiene de verdad, de documento, de dramaturgia viva, penetrante, que afecta de manera directa a los públicos que la reciben compungidos.

Porque no se obvia nada. Hay hijos de militantes del MIR y del MAPU, pero también de organizaciones para-fascistas y de profesionales de la milicia o la Policía que colaboraron con Pinochet. Sus hijos no deben acumular las culpas, pero esos seres que nos cuentan artísticamente trazos de sus vidas, que las documentan con fotos, pueden pedir explicaciones, pueden reprochar, probar o repudiar esas actitudes, desde el respeto filial, pero desde su actitud política actual.

Y a uno que mira desde fuera, que conoce parte de esas historias de lejos, pero que le afectan por lo que tienen de parangonable con otras más cercanas, no puede hacer otra cosa que sentir la emoción y reconocer una vez más que se trata de un teatro útil, de un arte para la comunidad, que sale de una sociedad a la que se dirige e interpela, con elementos teatrales, insisto, teatrales, pero con material vivo, político, para que no se quede todo en un acto inútil, sino que esos seres humanos, artistas únicos, nos han hecho pasar dos horas empapados en arte y ciudadanía, en teatro asambleario que recompone la dignidad de un pueblo sin medianías. Un monumento a la reconciliación. Me duelen todavía las manos de aplaudir tanta sinceridad, tanta bondad teatral, tanta verdad escénica y vital.

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