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«No dejo de preguntarme ¿qué hace un tipo como tú en un sitio como éste?»

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Fernando Colomo

Cineasta

Treinta y cinco años después de su debut con «Tigres de papel», Fernando Colomo se mantiene fiel a los rasgos más reconocibles de su cine a la hora de abordar su vigésimo largometraje, «La banda Picasso»: evocación amable de los años de juventud del pintor malagueño en el París bohemio de los albores del siglo XX. El cineasta reconoce estar ante su película más trabajada.

Jaime IGLESIAS | MADRID

Mucho se ha escrito sobre la personalidad hosca, irascible e incluso soberbia de Pablo Ruiz Picasso, un carácter que Fernando Colomo no elude en el retrato que hace del artista en su juventud cuando se ve involucrado, indirectamente y por un lamentable equívoco, en el robo de la Gioconda del Museo del Louvre (hecho real que inspira aunque sea tangencialmente la historia del film). Las complicaciones derivadas de este rocambolesco caso marcaron la ruptura del pintor malagueño con quienes habían sido sus más íntimos allegados durante sus primeros años en París, escritores como Apollinaire o Max Jacob quienes vieron en el malagueño un ejemplo de deslealtad.

Colomo, sin embargo, asume las razones de Picasso a la hora de anteponer «su proyección como artista al valor de la amistad «en la incomprensión que tuvo que padecer el pintor previa al reconocimiento de su talento: «Creó un modo de pintar del que no existían precedentes y hubo de soportar toda clase de burlas. Pero viviendo en un país ajeno, y hablando una lengua que no dominaba, al final consiguió imponerse, eso justificaría la seguridad en sí mismo de la que siempre hizo gala».

Según comenta, «La banda Picasso» es el proyecto que más le ha costado sacar adelante.

Sí, casi diez años entre unas cosas y otras. Primero porque al trabajar sobre personajes reales manejamos una documentación tan abundante que hubo que pulir mucho el guión. Además, cuando emprendí la redacción del mismo me impuse hacerlo en francés así que estuve aprendiendo el idioma. También es la primera vez que he dibujado un story board previo a la realización del filme. Hemos hecho virguerías para que todo estuviera muy ajustado a presupuesto y a tiempo de rodaje.

¿No le dio un poco de vértigo emprender una producción de estas dimensiones?

Los cineastas es lo que tenemos, un punto de locura muy acentuado (risas). La verdad es que en estos momentos de crisis lanzarse a hacer una película tan potente en términos visuales, con un equipo donde a diario se hablaban cuatro idiomas, rodada en escenarios naturales, a caballo entre Budapest y París, no parece que sea lo más aconsejable. Pero si quieres ser creativo no hay otra que arriesgar.

Esa vocación transnacional siempre ha estado muy presente en su cine.

Pues sí, a pesar de que en un principio me colgaron el sambenito aquel de la «comedia madrileña»... porque, claro, si estás empezando en esto del cine y no tienes un duro lo normal es rodar en tu ciudad, en tu casa o en las de amigos... Pero dejando de lado aquél período, la verdad es que yo me he metido en cada jardín... Desde rodar casi en plan amateur «La línea del cielo» en Nueva York» hasta hacer una película de ciencia ficción como «El caballero del dragón» o «El efecto mariposa» en Londres con un equipo totalmente multiétnico.

¿Y cómo logra imponerse ante un equipo tan heterogéneo?

El secreto es precisamente no imponerse, sino colaborar. A mí no me gusta trabajar bajo presión y como tal tampoco me gusta presionar a quienes trabajan conmigo. Si hay un ambiente favorable creo que se logra una implicación mayor por parte de actores y técnicos.

Otra de las constantes de su cine, en este caso temática, son los retratos de juventud.

Cuando eres joven tienes un sentido de la irresponsabilidad que según envejeces se va perdiendo. A mí, sin embargo, me atrae mucho retratar ese momento en la vida de los individuos previo a su perversión (risas). Quizá también porque para hacer cine al final es necesario recuperar algo de ese estado de espíritu, casi entusiasta, que tiene la juventud.

¿Cabría calificar entonces sus películas como relatos de iniciación?

Es una buena definición. Joaquín Oristrell me hizo notar que en todas mis películas se repite, a grandes rasgos, la misma historia, que es la del individuo que llega a un sitio donde está fuera de lugar y tiene que adaptarse. Supongo que esa historia es la mía. Si hay una pregunta que nunca he dejado de hacerme es ¿qué hace un tipo como tú en un sitio como éste? (risas).

 
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