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GRAN BRETAÑA EN LA UE

La reforma de la UE como telón de fondo

Sea cual sea el resultado de las legislativas británicas de 2015, parece evidente que el nuevo Gobierno, esté liderado por conservadores o por laboristas, buscará negociar una nueva relación entre Gran Bretaña y la UE.

Josu JUARISTI

Cameron ha hablado y la sensación que queda es doble: por una parte, anuncia lo que nadie se había atrevido a concretar pero, por otra, podríamos decir que se quita el marrón de encima. Su plan está condicionado a lo que suceda en las próximas elecciones, así que, de momento, no pasa de ser una promesa electoral. Si gana, propone renegociar la relación entre la Unión Europea y Gran Bretaña y después someterla a un referéndum de blanco o negro: dentro o fuera.

Más allá de las opciones que su partido tenga en 2015, de la posibilidad de que Escocia ya no vote en esos comicios, de lo que digan sus aliados liberales y de cómo se mueva el Partido Laborista, el plan de Cameron depende de otra cuestión previa: ¿Estará dispuesta la UE a renegociar una nueva relación con Londres? Los tratados no lo contemplan y, en todo caso, necesitaría del visto bueno del resto de estados miembros. Sin embargo, cada vez que los estados han negociado una reforma de los tratados es justamente eso lo que ha sucedido: una constante renegociación de la relación de Londres (y otros) con la UE. Pero una cosa es forzar cláusulas de exención (opt-outs) para estar más cómodo dentro de la Unión y otra muy distinta renegociar en bloque esa relación. Porque estaríamos hablando, casi, de una (re)negociación de adhesión. ¿Están dispuestos los otros 26 a llevar al extremo la Europa a la carta? Si Londres lo hace otros también querrán, con lo que la integración europea podría pasar a ser demasiado variable. Semejante geometría comenzaría a tener poco que ver con el modelo actual... aunque, quizás, esa sea precisamente la cuestión: que el modelo actual ya no sirve.

Es curioso oír de labios ingleses un término que parecía propiedad de los escoceses: devolución. Cameron, incluso los laboristas, quieren una repatriación de competencias al Parlamento de Westminster, sobre todo en el ámbito medioambiental, social, regional y jurídico. De otras facetas ya se autoexcluyó en su día, como de Schengen y del euro.

Negociación inevitable. Sea cual sea el resultado de las legislativas británicas de 2015, parece evidente que el nuevo Gobierno, sea tory o laborista, buscará negociar una nueva relación entre Gran Bretaña y la Unión. El Partido Laborista trataría de evitar la convocatoria de una consulta planteada solo en términos de dentro o fuera (que podría desembocar fácilmente en la salida de Gran Bretaña de la UE), pero igualmente trataría de pactar una transferencia de poderes de Bruselas a Londres y lo sometería luego a consulta. Ed Miliband ha apuntado que la Unión Europea debe ser «más flexible» y «funcionar mejor para los británicos».

Todo esto suscita cierto hartazgo en Bruselas. El presidente del Consejo Europeo, Van Rompuy, sugirió a finales de año que la UE no le debe nada a Gran Bretaña y que hay poco margen para una mayor flexibilidad en la relación entre Londres y la UE. París rechaza una Europa a la carta (aunque es obvio que ya existe) y Berlín, más prudente, ve posible alcanzar acuerdos aceptables.

Tratados. Según los tratados, a Londres no le quedarían muchas más opciones que la invocación del Artículo 50 de la versión consolidada del Tratado de la Unión Europea (TUE), que es lo que quieren los euroescépticos británicos más beligerantes. Dicho artículo solo recoge la eventualidad de la retirada y la única negociación que cabría iría encaminada a establecer «la forma de su retirada...», aunque Londres podría acogerse a una interpretación interesada de la frase que sigue inmediatamente a este entrecomillado en este punto segundo del Artículo 50: «...teniendo en cuenta el marco de sus relaciones futuras con la Unión». Pero ese marco, en teoría, sería ya externo a la UE y se parecería mucho más a los acuerdos suscritos con la UE, por ejemplo, por Noruega, especialmente en el ámbito del Espacio Económico Europeo. Probablemente sería lo más lógico, puesto que a Londres parece interesarle, sobre todo, el mercado interior de la UE. Como a la mayoría, por otra parte; no hay muchos que crean en una Unión política y federal con mayúsculas. Pero ser Noruega no es fácil. Y querer ser como Noruega y tratar de mantener voz y voto en los temas que le interesen a uno dentro de la Unión Europea parece imposible, y eso es precisamente lo que le gustaría a Cameron. Otra cosa es que lo que hoy es imposible mañana puede ser factible en la UE.

La posición, el plan de David Cameron, quizás podría situarse en la próxima reforma de los tratados de la Unión que, seguro, abordarán los Veintisiete (Veintiocho, ya con Croacia) tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 (y la consiguiente renovación y reconfiguración de la Comisión) porque, básicamente, lo que Londres plantea es un «cambio fundamental» del rumbo de la integración europea «para todos los estados». Una Unión, según dijo en su discurso, más cercana a los ciudadanos, con mayor control democrático y menos burocracia, algo así como si invocara el casi olvidado principio de subsidiariedad con un entusiasmo europeo que no tiene. Y que tampoco importa. En la actual UE no hay solo europeístas convencidos, muchos se parecen al propio Cameron, prefieren picar de aquí y de allí (los que pueden) sin tener que tragarse el plato entero.

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