«El vuelo» ha servido para el reencuentro entre la crítica estadounidense y el cineasta Robert Zemeckis, tras su etapa experimentando en el cine fantástico con la técnica de «captura de movimiento». Su vuelta al drama de imagen real ha sido saludado de forma favorable, pero la buena recepción teórica no se está traduciendo a la hora verdad en premios constantes y sonantes.

Parece ser que la Academia de Hollywood ha decidido dar la espalda este año a las películas polémicas, y «El vuelo» se vio envuelta en una gran controversia a cuenta de las protestas de la aviación profesional. No estaban dispuestos a consentir que se mostrara en la pantalla, con total naturalidad, a un piloto a los mandos de un vuelo comercial bajo el efecto de sustancias prohibidas.

El gran público, en cambio, no ha debido de ver la situación con ojos raros, a juzgar por los buenos ingresos en taquilla. Sólo en los Estados Unidos la recaudación ya ha triplicado al ajustado presupuesto de 32 millones de dólares. El abaratamiento del coste, pues no hay que olvidar que «El vuelo» tiene una parte inicial que toca el cine de catástrofes, ha sido posible por los conocimientos que Zemeckis ha adquirido en el campo de los efectos especiales probando nueva tecnología en sus previas «Polar Express», «Beowulf» y «Cuento de Navidad». La escena clave del accidente aéreo es un prodigio de filmación, y merece la pena pagar la entrada por ver cómo está resuelta.

El problema de «El vuelo» es que dura más de dos horas, y que el relato que sigue al siniestro se sostiene únicamente en la actuación de Denzel Washington, que tiene que lidiar con el típico proceso de redención tras una experiencia traumática. El dilema moral es solventado de forma apresurada y al límite del metraje, por lo que de ambigüedad hay en todo el planteamiento. Los medios le convierten inicialmente en héroe, pero los datos revelados por el análisis toxicológico le condenan.