El nuevo director de la Ertzaintza, Gervasio Gabirondo, es un viejo conocido en la intrahistoria de esa Policía, con una amplia hoja de servicios y responsabilidades directas en muchas de las acciones más controvertidas del cuerpo. A tenor del discurso que sostiene, cabe preguntarse cómo puede encararse un nuevo tiempo con las viejas caras y sin abordar la renovación radical del modelo y la cultura policial. En cualquier caso, su anuncio de que «habrá que utilizar lanzapelotas en espacios públicos, sean del tipo que sean» retrata bien hasta qué punto va a ser complicado que la Ertzaintza cambie de verdad y lo haga en la dirección que demanda la sociedad.

En contra de la promesa del anterior consejero de Interior, Rodolfo Ares, de las recomendaciones de la Unión Europea, de la responsabilidad y del sentido común, el nuevo mando policial persiste en el error. Se aferra a unas prácticas que ya han causado demasiados muertos, heridos y mutilados en este país. Unas víctimas que, además de padecer graves lesiones físicas y secuelas psicológicas, chocan con los tribunales que aseguran que no haya juicio, ni indemnización, ni siquiera disculpas.