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Josu MONTERO Escritor y crítico

Latín

El mercado y el capital -ese que acaba de celebrar su obscena cuchipanda anual en Davos- diseña los planes de estudio de nuestros jóvenes. Los conocimientos instrumentales, técnicos, útiles les dicen, ganan el partido por goleada a golpe de reforma; aparecen asignaturas de nombre obvio como «Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial», y disparan su importancia otras, como el Inglés, y no para leer a Shakespeare precisamente -y pronto el alemán y el chino-. Y, claro, se van desintegrando otras como la Historia, la Filosofía, la Literatura y no digamos el Latín o el Griego. Perfecto retrato de un sistema económico- social que compartimenta el conocimiento -y la vida- y no busca sino su mayor rentabilidad. Sánchez Ferlosio afirmó que la Ciencia es la gran ideología de cada época. Una ideología invisible, que pasa desapercibida, que se nos impone. No me preocupa que los jóvenes beban, lo que me aterra es que no sean capaces de apartar los ojos de sus omnipresentes pantallitas. Los saberes hoy privilegiados atomizan al ser humano, le sustraen la visión global, la perspectiva. En el imperio del Cómo, el Para qué y el Por qué desaparecen. Se trata de anular la capacidad de reflexión y de crítica; la mayoría de los jóvenes, universitarios incluidos, son incapaces de hilar un mínimo discurso escrito. Wittgenstein afirmó que el límite de nuestro universo es el límite de nuestro lenguaje. Hace un par de años se convirtió en superventas en Alemania «El latín ha muerto, ¡viva el latín!»; de forma amena y nada profesoral Wilfried Stroh recorre la historia del latín, tanto del culto como del popular. Y no es el único exitoso alegato a favor de una lengua tan poco muerta y de su enseñanza escolar, en Alemania. Acaba de ser editado en castellano por Ediciones del Subsuelo.