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JOSERRA SENPERENA POPULARIZA LA MÚSICA DE CÁMARA

«Todos podemos tararear la melodía de ‘Yesterday’, pero no el arreglo de Martin»

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Joserra Senperena

Teclista y compositor

Con 13 años comenzó a tocar el piano. Tras un largo periodo de estudios y paso por determinadas fases artísticas, Senperena encuentra el equilibrio musical con el rock y derivadas. No obstante, y dada su capacidad creativa y técnica, mañana presenta en el teatro Victoria Eugenia, 20.00 horas, «10 trio piano, biolin eta akordeoirako», díscolo trabajo para trío de cámara.

Pablo CABEZA | BILBO

No consta dónde le dieron el azote de bienvenida a este mundo, pero sí que fue un 4 de enero de 1965 cuando nació Joserra Senperena y que su primera cuna la tuvo en una casa de la calle Sierra de Aralar en el barrio de Loiola, donde ha pasado la mayor parte de su vida. Desde hace dos años reside en el barrio de Gros, donde encontró parte de la inspiración para crear «10 trio piano, biolin eta akordeoirako», su último disco. En cualquier caso, es posible que algunas de las ráfagas de piano comenzaran a estructurarse en su cabeza cuando de pequeñuelo escuchaba música en casa, ya que sus padres no cesaban de poner elepés en el tocadiscos, como también lo hacían sus hermanos mayores y primos.

Cabe también elucubrar que algunas de las notas de este disco para trío nacieran en un órgano de juguete marca Sonitoy que le regalaron por reyes a él y a su hermano cuando tenía 8 años. Lo tocó sin parar, enfervorizado. La pasión fue tal que hasta le apañaron una salida de audio para conectarlo al amplificador del tocadiscos y que sonara por los bafles. Ese juguete solo tenía un sonido y vibrato, pero el pequeño Joserra lo tocaba sin descanso ni compasión. O quizá sean notas flotantes las que ahora ha recogido de aquel txistu que con nueve años tocaba para suerte (¡!) de su familia y vecinos. Con todo, es más probable que el pentagrama de «10 trio piano, biolin eta akordeoirako» y su extensa obra propia y ajena comenzara a escribirse con 13 años, cuando se inició con el piano, un gesto que a buen seguro agradecieron familia y vecinos.

Pasaron años, pero no muchos para que un grupo importante le llamara, 21 Japonesas. A Senperena le fascinaron los primeros dos discos del grupo, así que, cuando le solicitaron a finales del 89 que se uniese a la experiencia, se despertaron otros poros y células de su cuerpo. De aquellos días recuerda la toma de su primer avión, los primeros conciertos fuera de Euskal Herria, el primer disco en Londres, el primer Hammond que grabó... y tocar como banda invitada de los conciertos de Madonna en el Calderón y el Sant Jordi.

Posteriormente, aunque fuese desde ese segundo plano que suelen ocupar los teclistas, a Senperena se le ha podido ver y escuchar al lado de grupos y solistas como Bide Ertzean, Duncan Dhu, Jabier Muguruza, Mikel Erentxun, Ken Zazpi, La Buena Vida, Rafa Berrio, Fito y los Fitipaldis más otra decena y decena de nombres que han requerido su talento tanto por sus dos manos como por arreglista, espectacular en variados trabajos de cuerda.

Su diversidad mental también le ha permitido participar como músico en varias obras de teatro («Ondo esan beharko, zazpi gezur txiki»), filmes, acompañar a escritores (Patxi Zubizarreta, Harkaitz Cano o Rafa Egiguren) o implicarse con artistas de talento conceptual como Dora Salazar, José Luis Zumeta, Thomas Canet o Diego Vasallo.

También es autor de media docena de discos antes de llegar a «10 trio piano, biolin eta akordeoirako», publicado por Gaztelupeko Hotsak, y donde le acompañan dos músicos excelentes, miembros de Krater Ensemble, orquesta vasca de música contemporánea: el violinista Xabier Gil, solista de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, colaborador habitual de la Orquesta Nacional de Lyon y de la Orquesta del Capitol de Toulouse, y profesor de Musikene, y la acordeonista Naiara de la Puente, ganadora de varios premios internacionales y especializada en música contemporánea, habiendo trabajado con compositores como Félix Ibarrondo, Ramón Lazkano o Gabriel Erkoreka. Un trío con aspecto de música de cámara que, finalmente, construye un disco donde la belleza se impone a lo abstracto, donde el inhabitual dueto violín-acordeón engarzan con misteriosa facilidad con el piano de Senperena, consiguiendo una obra tan singular como asequible, tan inmaterial como próxima.

El pianista es un tipo inquieto, además de uno de los músicos vascos más completos y formados: terminó su carrera de piano por el 86. Estudió en Donostia y Barcelona. Le incitó el jazz, pero tras cierta saturación lo cambió por el pop-rock. Además, y desde hace muchos años, se reúne en La Kaxilda de Amara Viejo con Rafa Berrio, Pablo Casares, Ramón Eder, Carmelo Iribarren, Javier Agirre, Emilio Varela, Jon Obeso y, en ocasiones, Diego Vasayo, para charlar de arte, de música, de literatura...

¿Cabría pensar que es un disco de aire melancólico porque busca la belleza?

En «10 trio piano, biolin eta akordeoirako» hay momentos para la melancolía, pero también para la diversión, la incertidumbre o la tensión. Busco un equilibrio en todo ello, ahí es donde me siento cómodo.

¿Ve el disco en blanco y negro?

No, a pesar de que José Puerto [exguitarra de UHF y Amor a Traición] hizo las fotos en blanco y negro. Creo que en el disco pasan muchas cosas, y muy diferentes. Ahora bien, me gusta el diseño en blanco y negro, porque tiene que ver con la sencillez y este es un disco de tres músicos tocando canciones con estructura pop(ular). 

Para el presente trabajo barajó dos posibilidades: piano y violín más cello o acordeón.

Desde un principio conté con el violín y acordeón. Fue después, una vez había escrito 3 0 4 piezas, cuando reparé en que si sustituía el acordeón por un cello estaría escribiendo para un trío clásico. Probé a hacerlo y no funcionó. Y además me gustaba tal y como estaba, el aire popular que imprime el acordeón al trio.

Quien no haya escuchado el álbum, quizá pueda pensar que se trata de un disco de piano con arreglos puntuales para violín y acordeón, pero lo cierto es que está todo muy equilibrado y que hasta rehuye de la relevancia personal.

Quería que el protagonismo melódico lo tuvieran ellos, y que el piano tuviera una función también rítmica, además de armónica y melódica en momentos. Disfruto mucho oyendo tocar a los demás y llevando el ritmo, conduciendo el tren.

A veces da la impresión de que podría haber sido un disco con ambiente minimalista, con notas reiterativas, pero cuando parece que la composición puede tomar ese camino, gira hacia un terreno más comprensible y emocional, quizá incluso con cierto compromiso con la melodía.

Lo que me preocupa a la hora de escribir música es dar con una buena melodía, es lo que realmente importa. La armonía, la instrumentación, la producción son secundarios, también importantes, pero secundarios. Todos podemos tararear la melodía de «Yesterday», pero no el arreglo -magistral- de cuerda de George Martin, o la acústica de McCartney. Me preocupa que la melodía sea cantable, que se pueda tararear. No hay que olvidarse de que la música -el arte- tiene que conmover.

La estructura es la de un grupo de cámara; sin embargo no parece que esta sea la dominante que tiña el acabado. Es como si continuamente se propusiera que el disco no fuese un capricho exhibicionista para una habitación y sí una obra para poder ser escuchada por un público más amplio.

Si buscara lo primero estaría en un error. La música es comunicación, y si no la consigue, es que algo está mal. Este es un trabajo de música de cámara en su formato, en su instrumentación, pero con una estructura de canción pop en las piezas y en la naturaleza de las melodías. No quiero perder el contacto con el espíritu pop aunque esté haciendo algo más complejo.

«Mi maiorreko 7» posee cierto aire Nino Rota, ¿le gusta?

Sí, y también «Sol diese minorreko 4». Soy admirador de su obra para piano solo, y su obra para cine, por supuesto.

Cuenta con tantas colaboraciones y de índole tan diferente que cabe preguntarse si tanta diversidad puede llegar, en un momento dado, a descentrar al músico, a preguntarse quién es, cuál es su camino. Quizá lo reconduzcan terapéuticamente su media docena de discos en solitario...

Tengo la suerte de colaborar con artistas a quienes admiro. El trabajo con todos ellos no hace sino enriquecerme. Se trata de saber hacer cada cosa a su tiempo. Para ponerme a escribir necesito unas semanas sin interferencias, dedicado todo el tiempo a ello. Es una cuestión de agenda.

¿Qué punto de vista posee de la música clásica, aquella que perdió la conexión con el oyente para quedarse con la élite?

Todos los años voy a varios conciertos del ciclo de música contemporánea de Hamabostaldia. Suelo disfrutar de algunos de ellos, en otros no llego al final. Creo que una gran parte de los autores se han perdido en un laberinto intelectual, en busca de un discurso atractivo para la mente más que para la emoción. Y se han alejado del público, que lo que busca es que le conmuevan. Xabier Erkizia [notable músico de Bera] me recomendó el libro «El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin», de Alexandro Baricco, que lo cuenta muy bien. Y no puedo estar más de acuerdo.

Tuvo su época jazzística en los ochenta, pero algo no terminó de encajar en su percepción.

En esa década me interesó mucho. Escuchaba mucho rock de los 70, el blues de Clapton..., pero me hablaron de Tom Waits, que también hacía blues, pero más cercano al jazz, y Sting concibió su primer disco con músicos de jazz. Ahí me entró la fiebre. Durante unos años solo escuchaba y estudiaba jazz, tuve mi propio grupo con Patri Goialde, con el que grabamos una maqueta. Fui profesor de improvisación, recibí el premio a la mejor composición en el Festival de Jóvenes Intérpretes de Jazz de Ibiza..., pero la fiebre se pasó y volví al rock, que es realmente mi lengua materna, por así decirlo.

Llama la atención que le gusten pianistas como Billy Preston o Chuck Leavell, muy atractivo en la Allman Brothers Band, pero menos en solitario donde se convirtió en un pianista soft, ¿no le van los sofisticados?

Sí, admiro a Preston, Leavell (de acuerdo con que su mejor época fue con la ABB), Nicky Hopkins, Richard Tee [teclista de la Motown, G. Harrison, Peter Gabriel...), pero también me gustan otros, claro. Ahí están todos los jazzys: Jarrett, Evans... Últimamente estoy reescuchando y encontrándome de nuevo con Tony Banks, el teclista de los Genesis de Peter Gabriel. Nunca lo había escuchado descifrando lo que hace y estoy anonadado por sus melodías, desarrollos instrumentales, su paleta de sonidos en aquella época... Y sin olvidar al gran John Lord y su sonido único de Hammond [Senperena lo toca ahora con Fito].

Ha escrito arreglos orquestados de mucha calidad. Los dos últimos discos de Rafa Berrio pueden ser los ejemplos más próximos, ¿es uno de sus fuertes?

Disfruto muchísimo haciéndolo. Había hecho arreglos orquestales para La Buena Vida, Alondra Bentley, Duncan Dhu..., pero la orquesta era siempre un elemento más en la canción. En el caso de Rafael Berrio, la canción la toca la orquesta, sin grupo. El arreglo empieza desde abajo, no es algo que se suma. Las canciones tienen, de esta manera, una dinámica, una variedad tímbrica que multiplica la expresión. Con Rafa, además, partimos de unas melodías y unas letras excepcionales, únicas.

 ¿No ha tenido ningún mal rollo con ningún artista, empezar y dejarlo por imposible...?

No. Lo que sí ha pasado es que no haya habido química, y que terminado el trabajo no haya vuelto a haber relación. Es algo que me deja mal cuerpo.

¿Cómo será el concierto, presentación del disco y...?

Empezaré con una selección de cuentos para adultos, el álbum que hice junto a Dora Salazar y Harkaitz Cano. Luego tocaremos los tríos en su totalidad y en el mismo orden que el disco, sin variaciones. Completaremos el concierto con «Contra el viento del norte», una adaptación de la música que escribí para la obra de teatro del mismo nombre que presentó Tanttaka en 2010.

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