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Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista

La corrupción

En tiempos en que la vieja burguesía constituía el alma del capitalismo la corrupción observaba una cierta moral y respetaba un cierto orden a fin de permitir a los trabajadores la reposición de lo robado. Era una ecocorrupción que se ejercía como la caza, observando unos ciertos periodos de veda. Un aristócrata catalán, dueño de un gran periódico, decía de un consejero suyo que «ciertamente le robaba, pero con orden y prudencia; es persona muy de fiar y tiene muy buen consejo», argüía el conde a quien le advertía de la rapiña de que era objeto. Ese estilo se ha perdido con el neocapitalismo, que dirige una turba de bandarras.

Los primeros síntomas de esta rapiña impresentable se dieron en España con los radicales del Sr. Lerroux, que ni siquiera cobraban alambicadas comisiones por las obras públicas cuando eran concejales sino que se llevaban las cuatro o cinco mil pesetas que había en las tenencias de alcaldía.

El Sr. Lerroux acabó en la derecha más reaccionaria cuando la República. Todo tiene sus raíces.

Ahora me entero del expeditivo modo con que los políticos se quedan con el dinero de la nación. Lo hacen con una visible rusticidad lerruxista. No sólo se enriquecen con una inelegante urgencia sino que cuando los descubren dicen obviedades estupefacientes, como la Sra. Cospedal cuando repite que en el PP no hay más que la contabilidad auditada oficialmente; «si hubiera otra, yo lo sabría». Es decir, hay plena transparencia. Debemos creerles porque son gentes de misa dominical casi todos, con la excepción de algunos bandarras selectos que, no obstante, hablan inglés y conocen la Bolsa. Gente bien.