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Raimundo Fitero

A medida

 

La comparecencia por plasma interpuesto de Mariano Rajoy, esa cosa que fuma puros y en la neblina del humo no se sabe si es un registrador, un secretario de asociación de pescadores de río o una caricatura de presidente de un no gobierno y un no partido, nos abre las puertas a insistir en la necesidad de una valoración apropiada de las facultades de cada cual para asumir ciertas responsabilidades. Lo del señor Rajoy ha quedado más que demostrado; es el peor presidente de gobierno que ha tenido el reino de España en los últimos siglos. Su incapacidad es manifiesta y las sospechas de que es el jefe de una banda de sobrecogedores y defraudadores crece de tal manera que lo coloca ante el abismo.

Las no comparecencias públicas donde se niega todo y se amenaza con denuncias en los juzgados es el método «Sálvame». La política convertida en una tertulia del choriceo. Ni una idea, ni una argumentación, negaciones absolutas y mentiras, escaqueos, y al fondo, una opacidad traslúcida, porque ya es general la sospecha (o certidumbre), ya la ciudadanía ha dado el paso a la incredulidad. Y para colmo la solución que colocan es que la nueva tesorera del PP estudia las cuentas de los corruptos y enriquecidos, que son de manera sospechosa ex-tesoreros del PP. Vaya, esto es bastante peor que Uganda.

Sin duda da material a los programas de debates, a las tertulias. A algunos canales esta actitud tan auto-acusatoria les está proporcionando audiencias por encima de lo habitual. Y en esas vemos que de nuevo «El Gran Debate» y «La Sexta noche», están en paralelo con el asunto, con un abanico de tertulianos con denominación de origen similar, y que solamente varía un poco la dinámica, y el tono del presentador. Y es ahí donde encontramos a Iñaki López, sin su cable trenzado del pinganillo a la vista, entrevistando al ex-presidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla, y justo en esos minutos es donde está a gusto, es un tono y un nivel a su medida, porque después todo le viene grande, todo se le escapa, hasta confundirse reiteradamente con el apellido de la portavoz del otro no-partido, el que entierra Pérez Rubalcaba, a la que le pone el femenino Valenciana. O sea.