Todo indica que el PNV y el PSE han cerrado el acuerdo para designar al nuevo director de EiTB y colocar así a personas afines, con línea directa con los partidos, en la estructura directiva del ente público. En la negociación para controlar EiTB ha primado el cambio de cromos, asegurarse mandar y conseguir la aritmética parlamentaria necesaria para ello. Y se ha escurrido el debate de fondo, sobre el modelo, sobre los objetivos de futuro que requieren una reflexión, una discusión y un acuerdo bastante más trabajado y firme que el que han labrado las direcciones de ambos partidos. Treinta años de historia y un presente en una encrucijada vital, en un contexto de privatización de televisiones autonómicas y de recortes públicos, de bajada de ingresos por publicidad y un panorama tecnológico y audiovisual radicalmente nuevo son motivos más que suficientes para acometer en profundidad el debate.

EiTB, sin embargo, tiene un problema que un voto mayoritario para director general en el Parlamento no puede solucionar, tampoco un nuevo mapa del tiempo ni una nueva escaleta para los informativos: la identificación y la adhesión de su pueblo. Las cuotas de audiencia, el alejamiento ciudadano mediante el telemando son una buena prueba de ello. No han querido hablar de proximidad con la comunidad natural, del euskara, la cultura y la identidad vasca, de la igualdad en el tratamiento de todas las opciones políticas del país. Han preferido atar a los directivos, asegurarse la injerencia de los partidos en la gestión diaria y el trabajo editorial.

Los paradigmas de comunicación y los modelos de negocio viven hoy un cambio estructural, todavía inescrutable. EiTB, con su obsoleta ley de hace tres décadas y con las correas de los partidos que la atan en corto, no tiene asegurado un futuro en ese contexto. Y sin romper esas amarras, sin reinventarse, sin un modelo que se concentre en lo fundamental -ser espejo real del país y de sus aspiraciones-, no lo tendrá.