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Imanol Intziarte Periodista

El poncho metálico, o «nasíos pa matá»

Circula un vídeo por internet en el que se ve a un grupo de militares chilenos entrenando por las calles de Viña del Mar, ciudad costera y turística cercana a la capital, Santiago. Como todo soldado que se precie, mientras corren van entonando sus cánticos con el ritmo habitual, en el que uno corea una estrofa y el resto la repite a voz en grito: «Argentinos mataré, bolivianos mutilaré, peruanos degollaré...».

Es inevitable recordar algunas gloriosas escenas de «La Chaqueta Metálica», la película de Stanley Kubrick. «Ho Chi Minh eres un hijoputa, la tienes con ladillas y diminuta», cantaban Bufón, Cowboy, el recluta Patoso y compañía bajo el mando del sargento mayor Hartman.

En Chile se ha montado la esperable bronca, más que nada porque queda feo cantar esas cosas de los tres vecinos. Bueno, lo que queda feo es que los vecinos se enteren. Una cosa es que en casa, en una comida familiar, digas que la del cuarto es una mala bruja, y otra cosa es que se te escape en una reunión del portal. No nos engañemos. Ahora algún chusquero de tres al cuarto será suspendido de empleo y sueldo «para dar ejemplo». Lo que nadie se preguntará en voz alta es para qué entrenan este y todos los ejércitos. Es de suponer que no será para cultivar margaritas y repartir amor como si fuesen un grupo de hippies. Los militares se preparan, entre otras cosas, para matar, mutilar o degollar a los «enemigos» del país al que sirven. Para eso los gobiernos se gastan un dineral en armas, en vez de gastárselo en algo más útil.

En esto coincido con Arturo Pérez Reverte, quien en muchas ocasiones viene a decir que quien quiera un ejército apechugue con las consecuencias y asuma que si se va a Afganistán es para pegar tiros, con la posibilidad de recibirlos. El genial Ivà, en su serie de «Historias de la puta mili», explicaba que a la hora de cargar con bayoneta contra un saco terrero ya no se podía imaginar que eran los rojos, los moros o los chinos, por eso de lo políticamente correcto. «Le quitan a uno toda la ilusión», lamentaba el sargento Arensivia.

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