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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Verdad verdadera

Para algunos, quien no es partícipe de su fe, además de rendir cuentas a la justicia divina, debería ser objeto de castigo o al menos de prohibición por parte de la ley terrenal.

En «El Mundo», el integrista de centro Salvador Sostres, ese chico falto de la mínima sensibilidad, es decir, faltón, escribía un artículo antológico. De vergüenza ajena. Comenzaba diciendo lo que sigue: «Los ateos o los agnósticos no creen menos en Dios, ni intuyen menos su presencia, pero le ignoran o le niegan porque tienen miedo de salir a su encuentro, porque les asusta comprometerse y el reto, y prefieren regodearse en el infantilismo de vivir como si el amor fuera de alquiler y la libertad ceder al capricho de cada momento». Además de una falta de respeto a las y los no creyentes, parece una confesión de sus propios miedos que, supone, han de tener las y los demás.

Después decía que cada vez es más frecuentemente «los gobiernos mundanos inventan leyes para burlar la Ley de Dios, apeaderos legales con que pretenden vender la ilusión de que hay muchas maneras de acceder al Reino de los Cielos». Servidora opina que el problema es el contrario, que muchos gobiernos legislan al dictado de ciertos intérpretes de la ley de Dios, interpretación compartida por Sostres y que pretende acate todo el mundo.

Pero tras esa introducción, por fin, iba al grano: «El matrimonio es un sacramento y casarse es casarse por la Iglesia y adquirir un compromiso para siempre. Todo lo demás es un fraude por mucho que se asalten los diccionarios y se cambien Constituciones». En cualquier caso, la duración del matrimonio o de cualquier otra relación incumbe a sus protagonistas, que no tienen que consultar ni a Sostres ni al obispo. Pero todo con lo que él no está de acuerdo es un fraude y, por tanto, hay que prohibirlo. Eso tiene un nombre. Luego se ponía tremendo: «Empiezas no creyendo en la virginidad de María y acabas acostándote con la secretaria, y hasta fugándote con ella. Empiezas viviendo de espaldas a la Cruz y acabas creyendo que el mundo te debe algo». ¿Y a ti, majo, qué te debe? Y concluía que no hay «atajos hacia el Reino de los Cielos, ni múltiples accesos. Sin Dios somos almas destensadas, quejicas y estériles. Existe una sola verdad y millones de mentiras decoran el Infierno, tal como existe una sola Iglesia y una insólita cantidad de toda clase de burdeles». Ya saben cuál es esa «sola verdad», la de Sostres.

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