Lo de UPN tiene forma de crisis interna, pero en el fondo su problema es externo. Es el Gobierno lo que está en juego, no el partido. Siempre fue así. Miguel Sanz posó su dedo sobre Yolanda Barcina hace cuatro años pensando que su tirón electoral en Iruñea garantizaría a UPN la hegemonía en Diputación varios años más. Barcina cumplió y ganó en 2011. Pero luego ha resultado tener pies de barro. Una suma de factores exógenos (la crisis muy aguda en Nafarroa), errores propios (su apuesta radical por los recortes, la burda expulsión del PSN) y factores sobrevenidos (la movilización social, el estallido del escándalo de Caja Navarra) hace que hoy Barcina sea todo un «marrón» para UPN. Nunca ha logrado liderazgo en el partido y, lo que es ya definitivo, su cartel electoral se ha desplomado. Quienes mueven la sala de máquinas no pueden abrir otra etapa larga con alguien que lleva consigo la bomba de relojería del caso CAN. Han echado cuentas y han decidido sacrificarla. Si Catalán gana, como se intuye, le quedará otro problema aún más diabólico: cómo cancelar el Gobierno si Barcina no acepta autoinmolarse. Pero conviene no perder de vista ese horizonte: UPN quiere cambiar algo para que todo siga igual. E intentará no salir más débil, sino incluso más fuerte si solventa ambos problemas.