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Josu Martinez | Cineasta, coordinador de «Barrura begiratzeko leihoak»

Inventario

Desgraciadamente, no hemos conseguido romper el muro de la incomunicación que, aun hoy, convierte el tema de los presos en un tabú social que va camino de encallarse en el tiempo

Creo que fue en setiembre de 2010 cuando empezamos a hablar en serio de lo que con el tiempo sería «Barrura begiratzeko leihoak». Eran los días del Festival de Cine de Donostia y Txaber Larreategi y yo presentábamos dos películas, «Sagarren Denbora» y «Prohibido Recordar». Recuerdo que cuando una periodista madrileña nos preguntó sobre nuestro siguiente proyecto, le contestamos que teníamos la idea de hacer «una de presos». «Pero no de presos de la Guerra Civil» puntualizó Txaber, «sino de presos de los de ahora».

Desde entonces han pasado dos años y miles de cosas. Aquel vago proyecto se ha convertido en una película colectiva de cinco directores y hemos recorrido un camino lleno de emociones y de amenazas; de esperanzas y de temores; de desengaños, de descubrimientos y, sobre todo, de aprendizajes.

Hoy es hora de hacer inventario. Casi tres meses más tarde del estreno, Zinez da por terminado el proyecto. Llega un momento en el que las películas -como los hijos- ya no necesitan más ir de la mano de sus padres. A «Barrura begiratzeko leihoak» le ha llegado, pues, la hora de emanciparse y a nosotros de hacer una valoración del proceso.

Vistos los datos, lo primero que cualquiera diría es que la película ha sido todo un éxito. Al menos cuantitativamente. Desde que se estrenó a finales de octubre, ha tenido 15.000 espectadores en Euskal Herria, contando cines comerciales, casas de cultura, salas alternativas, universidades o gaztetxes. Tampoco la crítica nos ha tratado nada mal. En la mayoría de los casos han sido positivas y en los casos que no, han contenido elementos constructivos.

Sin embargo, no todo se mide «cuantitativamente». Lo «cualitativo» también cuenta. Y es ahí donde, en mi opinión, hemos fracasado. Cuando, en setiembre de 2010 le explicamos el proyecto a aquella periodista madrileña, nos marcamos como objetivo principal que la película fuera vista por gente de cualquier sensibilidad política; convencidos de que, hablando en términos humanos, mucha gente descubriría historias que no suelen aparecer en los medios de comunicación dominantes y que eso ayudaría en el camino de la reconciliación y la convivencia.

Desgraciadamente, no ha ocurrido así. No hemos conseguido romper el muro de incomunicación que, aun hoy, convierte el tema de los presos en un tabú social que va camino de encallarse en el tiempo. Sin duda, la feroz campaña de censura y hostigamiento que abanderaron contra la película el Ministro del Interior, el Delegado del Gobierno y ciertos medios de comunicación antes de que se estrenara tuvo mucho que ver en ello. Por una parte, generó un clima de miedo que trajo que diversas instituciones y agentes del país participaran de un boicot activo y/o pasivo contra la cinta. Por otra parte, alejó de la película a esos espectadores potenciales de distintas sensibilidades que anhelábamos, a base de repetir que se trataba de una «apología del terrorismo».

Pero creo que no sería honesto echar a otros toda la culpa de no haber cumplido un objetivo propio. Probablemente, también quepa hacer autocrítica. Es muy posible que no hayamos acertado en algunas cosas y se nos haya echado en falta en otras. Acaso en la forma. Acaso, en el tiempo.

En cualquier caso, nuestra intención era clara y sincera: Hacer una aportación al relato común desde el cine, desde la creatividad artística. Y creo que, con el tiempo, eso quedará. Porque con aciertos o desaciertos, yo sigo creyendo en una cultura que, anclada en su realidad, aporte debate. En un cine que sirva para proyectar el eco de las voces que representa.

Acabo aquí este inventario: He dicho antes que las películas son como los niños; que a partir de un momento, vuelan solas. A mí me gustaría que «Barrura begiratzeko leihoak» fuera también como el buen vino. Que con el tiempo tuviera un mejor sabor. Para todos. Sin duda, sería una buena señal.

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