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Black Keys y Mumford & Sons, cambian los Grammy

La 55 edición de los premios Grammy, celebrada en el Staples Center de Los Ángeles el domingo pasado, rompe con un pasado previsible y apuesta por la música alternativa.

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Pablo CABEZA

Los Grammy de la música son los equivalentes a los Óscar del cine, y lo que ha ocurrido este año con los ganadores es como si en los Óscar hubiesen triunfado las películas más alternativas presentadas y, además, de bajo presupuesto. Podría decirse que son los Grammy de la oxigenación y la apuesta por otro camino musical diferente al presente.

Analizando las listas de ventas de los países con mayor cultura musical, se observa que desde hace una década viene produciéndose una inversión de nombres, de tal forma que los cincuenta más vendidos son artistas vulgares, salvo excepción y con los matices oportunos que toda generalidad omite. Si estos centros, en otro tiempo espejo de equilibrio entre la música comercial y la alternativa, se encuentran en semejante estado, cabe imaginar cómo es la intragable lista de ventas española.

Los medios de comunicación, especialmente radios y televisiones, son cómplices del desmantelamiento de la cultura musical por el apoyo incondicional que muestran hacia un tumulto de artistas que apuestan por la canción simplona, bailable y de patrón fijo, obviando el resto de propuestas musicales, que sumadas forman un bloque mucho más amplio y dinámico que el chunga-chunga que pretende imponerse en la conciencia de los escuchantes. Las multinacionales quieren el éxito inmediato y no les vale obtener pequeños beneficios de uno y otro artista. Si pueden dedicarse a tres, para qué perder el tiempo en difundir a veinte. Los medios de comunicación bendicen el esquema y a bailar. Adele no fue nadie al lanzar el primer disco, «19», no vendió casi nada. Llegó el segundo, «21», y no ocurrieron muchas cosas. Le editaba un sello independiente, por lo tanto sin interés para los medios de comunicación mayoritarios. Sin embargo, a alguien le dio por ir poniendo una de sus canciones, «Someone like you», y comenzó a llamar la atención a base de sonar. No era lo habitual. No era bailable. Descubierto el segundo disco, se recuperó el primero, y también sonó con frecuencia «Rolling in the deep». Y así día tras día casi hasta el empalago. ¿Resultado? Fenómeno mundial. Quede claro que para la prensa escrita esos álbumes no pasaron inadvertidos, como celebraron cada disco de The Black Keys o Mumford & Son.

Si en estos Grammy, los triunfadores se llaman Mumford & Son, folk-rock británico, o The Black Keys, rock, blues, sicodelia, bajos presupuestos, grabaciones analógicas..., de Akron, Ohio, quizá signifique que más de una persona ha discurrido que el camino preponderante actual de la música conduce a la vulgarización más vergonzante de un proceso donde debe pesar la creación. De paso, quizá los medios convencionales se pregunten quiénes son estos tipos y decidan investigar las decisiones que toman en cuanto a programación o por qué nunca han estado en sus listas. Cabe pensar que las cosas no van a cambiar mucho a pesar de estos Grammy y que la dejadez de los programadores les llevará a no explorar quiénes son los ganadores, pero quede claro que canciones con potencial tienen a puñados.

 

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