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Análisis | relevo al frente de la Iglesia católica

Un temblor, que no terremoto

El anuncio de la renuncia de Benedicto XVI supone una «sorpresa» en el seno de la Iglesia de Roma, en la que no se espera a ningún Papa renovador pero sí ajeno a la Curia vaticana salpicada por continuos escándalos. Joseph Ratzinger, exhausto y minado por múltiples dolencias, ha preparado con mimo un relevo para que nada cambie. Conservador en lo doctrinal y moral, parece no dispuesto a arrastrar con la responsabilidad del cargo como Juan Pablo II.

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Agustín GOIKOETXEA

Tras la sorpresa que supone después de varios siglos oír a un Papa decir que renuncia a seguir siendo la máxima autoridad de la Iglesia católica, un análisis más reposado muestra que el supuesto terremoto en los pilares del Vaticano es más bien un temblor cuya intensidad habrá que calibrar en el futuro, como todo lo que acontece en ese entramado anacrónico en pleno el siglo XXI. El propio protagonista, en un libro-entrevista al periodista alemán Peter Seewald, confesó en noviembre de 2010 su disposición a «renunciar por enfermedad, si físicamente, sicológicamente y espiritualmente no estuviera ya en condiciones de desempeñar mi tarea».

Esa cuestión, la de la renuncia, se repitió durante los últimos años de Juan Pablo II y, en opinión del teólogo Félix Placer, ha podido ser determinante en la decisión de Ratzinger. El agravamiento de sus achaques era un secreto a voces en Roma. «La penosa estampa de su antecesor, que iba arrastrando su responsabilidad, es clave para entender lo que ha sucedido. Lo vio muy de cerca, con sufrimiento. Era la mano derecha de Karol Wojtyla, y, sin duda, ello ha pesado en una decisión acogida con sorpresa pero, una vez analizada un poco, con naturalidad. Hay que alabar su valentía».

Del delicado estado de salud del último vicario de Cristo dicen mucho las palabras pronunciadas ayer por el prelado de Baiona, Marc Aillet, quien en una audiencia en setiembre de 2012, constató al igual que el resto de obispos que le acompañaban «su espíritu y su dulzura, pero también su gran fatiga». Su homólogo en Bilbo, Mario Iceta, consideró «valiente» el paso dado, de un hombre al que «se le notaba un bajón físico muy grande, se le notaba más cansado y mucho más agotado».

Para quienes abogan por una renovación a fondo de la Iglesia, Benedicto XVI ha sido continuador de la involución en su seno y azote de aquellos sectores que, como las mujeres, demandan mayor protagonismo, sin obviar su intransigencia supina hacia la homosexualidad. Conservador en lo doctrinal y moral, pieza clave en su involución como mano derecha de su antecesor polaco, a juicio de Placer, no se ha visto con la fuerza suficiente para seguir asiendo el timón de la Iglesia. «Ha vivido momentos muy difíciles. Ahí está el reciente «Vatileaks» o el escándalo de la pederastia, que se extiende como una mancha de aceite, aunque lo cierto es que ha mantenido la dureza de su discurso, al igual que hizo desde la Congregación para la Doctrina de la Fe», manifiesta esta voz crítica que añora los frustrados aires aperturistas del Concilio Vaticano II.

Desde que el 19 de abril de 2005 fuese proclamado pontífice, el temido teólogo teutón ha ido tejiendo los mimbres que moldean a su predecesor ideal. A la hora de barajar la identidad del 266º sucesor de Pedro, hay que tener muy en cuenta que Ratzinger ha designado en sus casi ocho años de papado a 90 cardenales, muchos de los 120 que conforman el Colegio Cardenalicio que a partir del 15 de marzo, a más tarde el día 20, se reunirá en cónclave en la Capilla Sixtina para proceder a la elección.

Pieza clave en ese engranaje cuasi medieval durante la «sede vacante», a partir de las 20.00 del 28 de febrero, es el camarlengo, el poderoso secretario de Estado vaticano Tarcisio Bertone, a quien, por ejemplo, se le atribuye mucha responsabilidad en las designaciones de los últimos prelados neoconservadores vascos. Ha sido la mano derecha de Benedicto XVI.

Todo apunta a que el futuro Papa no provendrá de la Curia vaticana, castigada por el escándalo «Vatileaks», pero sí mantendrá el imperante perfil restauracionista a ultranza. Como siempre, se aventura que será italiano, después de que un polaco y un alemán hayan portado la mitra y el báculo papal. Se apunta la candidatura del arzobispo de Milán -Angelo Scola, de 71 años-, aunque también destacan en la nómina de favoritos el austríaco Christoph Schoenborn, antiguo alumno de Ratzinger, con 67 años; el ghanés Peter Turkson, de 64 años; el filipino Luis Tagle, de 55 años; o el estadounidense Timothy Dolan, de 62 años.

En esta partida entrarán en juego, sin duda, intereses de toda índole, pues a nadie se le escapa que aún hay muchos trapos sucios en la Santa Sede y fuera de ella. Lo que se da por hecho es que la fumata blanca y la frase «Nuntio vobis gaudium mágnum: Habemus Papam!» se escuchará en la plaza de San Pedro antes de Semana Santa.

A lo que no se le aventura mucha fortuna es al llamamiento cada vez más repetido por distintos miembros de la Iglesia a la renovación pendiente. «La Iglesia tiene que dejar de ser centropapista. El Papa -lamenta Placer en conversación con GARA- tiene que perder buena parte de su excesivo protagonismo. Hay que confiar en un episcopado colegial». Por el momento, les queda la posibilidad de hacerse oír aprovechando la ocasión.

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