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Sin demagogia, sin provincianismos

El debate sobre las infraestructuras del país está cada día más polarizado, lleno de trincheras, de provincianismo y de demagogia. Faltan posturas razonadas, coherencia y capacidad para discernir entre lo que es básico y esencial y lo que es faraónico e insostenible. Ni todas las infraestructuras son «macroproyectos» a desechar ni todas son «proyectos de carácter estratégico» sin los cuales se paralizaría un territorio o colapsaría su actividad económica. Anclar el debate en esos términos es un billete sin vuelta de un viaje a ninguna parte. Sin un debate riguroso sobre el modelo de desarrollo para el país que establezca prioridades, genere sinergias y complementariedad entre territorios, ilusione a la gente y concite acuerdos en torno a las inversiones y la búsqueda de eficiencia social, el terreno está abonado para que la parálisis y la frustración se instalen en el paisaje.

Los ciudadanos de Euskal Herria no merecen un nivel de debate político tan bajo, tan exacerbado e irreflexivo en un tema de tanta trascendencia para su futuro. Comprensiblemente, esto amplifica la sensación social de que si ese es el nivel que demuestran los responsables políticos, el problema quizá sea que no hay nivel.

La comparecencia de ayer de la consejera de Medio Ambiente de Lakua, Ana Oregi, es un buen recordatorio de todo ello. Sin aportar ninguna novedad, sus palabras dieron pie a reacciones provincianas y dosis de demagogia altamente tóxicas. Desechar el puerto exterior de Pasaia o el pasante de Euskotren por el centro de Donostia fue interpretado por algunos como una muestra de agravio frente a Bizkaia y no faltan quienes azuzan en fuego del provincianismo guipuzcoano frente a un bizkaitarrismo que lo acapara todo. Oregi dijo también que el TAV es un «gran proyecto de país» que responde al imperativo de crecer. Ella sabe que producir más y construir más grande al precio que sea, sin importar la sostenibilidad o la orientación social, está en el origen de la crisis que vivimos.

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