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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía

Las pelotas de David

La representación de la desnudez, cosa natural donde las haya (en el arte y fuera de él), es una vez más motivo de escándalo

De no creer, oye. Leo por ahí (conste que no en «El Jueves» ni en ninguna otra revista de humor, sino en el diario «Libération» del 7 de febrero de 2013) que en una población nipona, ante una exposición, por lo que observo en la foto, al aire libre -en un parque municipal para más datos- de algunas obras del artista italiano Miguel Ángel, la gente, alguna, se ha echado las manos a la cabeza y casi se las echa a la entrepierna del macizo representado en la escultura del escultor italiano. Algunos ciudadanos, muy preocupados por el daño que la visión de las pelotas y el pene (desde luego, no erecto) puedan producir en los niños y niñas, han propuesto, eso sí que es innovación y no la del retoque del Cristo de marras, que diga de Borja, poner unos gallumbos al tiarrón, cinco metros de cuerpazo. «Estas estatuas representan a personas desnudas, un estilo artístico muy raro en nuestra región. Hay gente que piensa que eso no es bueno para los niños», precisa un preocupado empleado municipal. Por asociación, me vienen a la mente mis años escolares, en los que unos celosos frailes, a pesar de que iban de modernos, nos hacían tapar con recortes de papel o con tinta ciertas partes de las figuras, reproducciones de obras de arte, que aparecían en el libro de Historia Sagrada. La pureza ante todo, que si no uno se lanza al vicio y acaba con la columna desviada, o calvo o... se pilla cualquier mal, además del moral.

La representación de la desnudez, cosa natural donde las haya (en el arte y fuera de él) es una vez más motivo de escándalo... No es cosa de repetir la falaz cantinela de que estar desnudo no hace sino reflejar la manera en la que «dios no trajo al mundo»; algo más creciditos, con más formas y con más pelos, y si no que se lo pregunten a Óscar Tusquets («Contra la desnudez». Anagrama, 2004). Ver a alguien desnudo turba a los inocentes chicos y chicas nipones, o quizá más a sus progenitores, que seguro que no se miran ni al espejo para no avergonzarse de sus atributos (¡qué expresión!) mientras se ponen a tono, h/ojeando mangas sin parar, cuyas chiquillas, modelo casi preadolescente, sí que llevan unos tanguitas y evolucionan en unas sinuosas posturas, nada naturales por cierto, que no escandalizan ni a dios bendito, ni encandilan a nadie por supuesto.

Decía el bueno de Pablo de Tarso que nada hay impuro para los ojos de los puros; pues bien, los defensores del gallumbeo escultórico son, además de timoratos perdidos, no-puros o quizá unos envidiosos acomplejados ante la visión de semejante maromo, y me refiero al de la foto.

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