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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

Sortu

En la que es su despedida como colaborador habitual de estas páginas, el sociólogo guipuzcoano traza las líneas de lo que debiera suponer Sortu para la escena política vasca, a una semana de su congreso fundacional. Para Agirre «tras la puesta de largo vendrá el momento de exigir. Todo un cuerpo social desfondado y sin horizontes necesita constatar que existe proyecto, determinación y palancas efectivas para darle la vuelta a la crisis, al bloqueo y a la cadena de intereses que une a muchos partidos e instituciones». Para responder a esa exigencia Sortu debería «hacer de la política un nuevo cauce por el que circule todo el activo social de Euskal Herria».

Falta menos de una semana para la celebración en Iruñea del I Congreso de Sortu, y como la ocasión lo merece, quiero dedicar este artículo a sus antecedentes, a su importancia y, sobre todo, a la proyección política de los retos y desafíos que plantea a todas las personas que nos identificamos con el proyecto histórico de la izquierda abertzale.

Existe un profundo hastío en la sociedad vasca en relación con el papel de los partidos en el actual sistema político, socioeconómico e institucional. Cada vez más alejados de las grandes ideas, bracean en medio de la crisis sistémica sin más alternativa que la gestión de los intereses de sus causantes, siempre con una mano ocupada en tratar de ocultar sus vergüenzas: corrupción, intereses inconfesables, subordinación a los poderes reales y continuismo por cooptación. Son estructuras anquilosadas, sin capacidad para la renovación e incapaces de liderar ningún proceso de cambio, y como tal las percibe cada vez más gente, por más que en las distintas elecciones ese desprestigio no se traduzca en abstención activa. El gran teatro de la política ha convertido la cita con las urnas en la única oportunidad que tiene la ciudadanía para hacer valer su opinión. Y, en cierta medida, nos conformamos. Es la película del sábado tarde que, recostados en el sofá, todos hemos visto media docena de veces. Aburre, adormece, conocemos el desenlace, pero afuera llueve y la única alternativa es salir a la calle a pisar charcos y mojarse.

Los medios de comunicación adornan con vistosos titulares los congresos, «primarias», procesos internos y demás florituras del conservadurismo partidario. El reciente nombramiento de Andoni Ortuzar como presidente del Euskadi Buru Batzar, o el «Congreso Nacional» (¿refiriéndose a qué nación?) que el PSE-EE acaba de concluir en el Palacio Euskalduna, son indicativos de esa constante loa al autoengaño. La mil veces invocada renovación solo alcanza a la imagen corporativa y al color de la moqueta que pisan los compromisarios.

De salida, el Congreso de Sortu no va a quebrar esa percepción social tan extendida. Provocará el morbo, romperá o confirmará pronósticos, llenará un buen número de páginas y minutaje de la prensa y noticiarios del fin de semana, pero ni puede ni debe convertirse en un punto de inflexión per se, por cuanto que será la presentación pública de un proyecto y de un amplio equipo de trabajo. Más allá de la adhesión y confianza que trasladen, todo está por hacer, y la velocidad se demuestra andando.

No obstante, la izquierda abertzale llega a la cita con los deberes hechos y el orgullo intacto tras una larga década de ilegalizaciones y persecución política. La modestia y la conciencia de las dificultades presentes no deben disolverse en un ejercicio de autosatisfacción y entusiasmo, pero llegar al Baluarte con el potencial acumulado en los últimos tres años, en un escenario político e institucional en el que la izquierda abertzale es «marca» de pujanza y de futuro, inmersos en un proceso de resolución democrática del conflicto y en una alianza estratégica con otros sectores soberanistas y de izquierda del país, y hacerlo, además, con una militancia fogueada en mil tareas y compromisos, es todo un hito. Como en tantas otras circunstancias históricas, un hito que no percibimos, toda vez que no estamos acostumbrados a levantar la cabeza mientras apretamos el paso. En cualquier caso, es mejor sudar todos los días que mirarse al espejo en cada recodo del camino.

Tras la puesta de largo, vendrá el momento de exigir. Todo un cuerpo social desfondado y sin horizontes necesita constatar que existe proyecto, determinación y palancas efectivas para darle la vuelta a la crisis, al bloqueo y a la cadena de intereses que une a muchos partidos e instituciones, algunas empresas, la patronal, el sistema financiero e incluso algunos sindicatos. La sociedad vasca va a exigir de Sortu una ruptura tasada, planificada, organizada y radical con ese enjambre, en clave de revolución democrática, de contrato firmado con la mayoría social del país. Responder a esa expectativa sería el acontecimiento en sí, la razón de ser de Sortu.

Cuando hablamos de estrategia e instrumentos políticos es ineludible hablar de personas, y con mayor razón cuando quien habla es la izquierda abertzale. Todos nuestros objetivos, por inmateriables y a largo plazo que puedan parecer, tienen como precipitador y destinatario a la gente. De ahí que el «factor humano» deba ser la principal argamasa de Sortu. Al igual que hizo el Congreso Nacional Africano en la Sudráfica de los noventa, los cambios de calado en el seno de la sociedad vasca deben partir de una activación global y permanente de las personas, en la cual Sortu tiene mucho que hacer y decir, en sentido contrario de lo que suele ser la tónica partidaria: profesionalizar la política y azuzar el desentendimiento de las personas.

Pero no nos engañemos, esa opción es la más exigente con quienes asuman el compromiso de militar en el nuevo partido. Nuestro trabajo en los pueblos y barrios, la referencialidad que proyecte, será el punto de partida de nuestro crédito político. Habrá de ser, además, el marco prioritario para encontrarse con la gente, para explicar el sentido de nuestras propuestas y la coincidencia de las mismas con sus intereses. Si dejamos esa tarea a los medios de comunicación, a los balances de la gestión institucional, nuestra credibilidad se resentirá y se abrirá una distancia insalvable entre estructura y base. Pasaremos a tener, al igual que otros, más o menos «seguidores» en las citas electorales, expresión palpable del «seguidismo» en el que la clase política ha arrinconado su propia función.

Sortu debe aprender a ejercer un liderazgo compartido, y no a convertirse en protagonista. Por lo tanto, ha de ejercitarse a diario en la más difícil de las tareas: ser inexorable en la autoexigencia, porque solo así podremos estar, compartir, escuchar, dar cauce, participar de las preocupaciones y soluciones que la ciudadanía, los agentes sociales, sindicatos de clase y comunidades barajan. No basta con que nunca vayamos a comer angulas con banqueros y paguemos con dinero público. Debemos hacer de la política un nuevo cauce por el que circule todo el activo social de Euskal Herria. Cuando la gente sea capaz de apreciarlo, entonces definiremos como acontecimiento la llegada de Sortu.

Nunca he sido de los de «consejos vendo, para mí no tengo». Sortu nacerá formalmente el próximo sábado, y es tiempo de hacer, de arrimar el hombro. Por esa razón, por más que la acción y la opinión escrita sean compatibles, este artículo será mi última colaboración habitual en GARA. Mi firma pasará a tener connotación de parte, y mi trabajo tendrá prioridades a las que atender de forma pública, en ocasiones, y privada, en otras. En cualquier caso, ya no sería mero analista, columnista o sociólogo, aunque en lo esencial importa poco. Importan las ideas, y no el nombre del mensajero. Escribir en GARA ha sido un privilegio que se ha alargado cuatro años. Sé lo difícil que es llenar un periódico cada día, y la ligereza con la que valoramos sus carencias, errores o decisiones, no siempre fáciles. En cualquier caso, que no nos falte, nunca, por la mañana. Un puñado de ideas, las nuestras, se resentiría. Un abrazo.

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