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Koke Ardaiz escucha a los árboles en un recodo del camino de Santiago

De los árboles, la mayoría hacemos leña. O muebles, los más hábiles, pero solo los muy creativos son capaces de transformarlos en arte. De una disciplina tan delicada como la talla salen piezas que, además de hermosas, cuentan historias.

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Nagore BELASTEGI

Los árboles no son feos, por muy retorcidos que estén», cuenta Koke Ardaiz mirando la talla que da la bienvenida a su exposición «Arboles, troncos y albures» en la Sala de Armas de la Ciudadela iruindarra. A simple vista es un árbol de colores, pero las explicaciones del artista de Gares son necesarias para terminar de entender el concepto. «Se llama `los gusanos', y tienen cara porque porque los gusanos somos nosotros. Vivimos en una sociedad un poco asquerosa, en el aspecto de que todos queremos llevarnos lo máximo posible», explica señalando los detalles del árbol completo -con raíces y todo- que abre la muestra que puede verse hasta este domingo, día 24.

Ardaiz lleva más de cincuenta años trabajando la madera, pero es desde el 81 que cuando empezó a dedicarse a ello de lleno. Nació en el campo y comenzó a tallar porque le gustaba, pero después empezó a trabajar en la industria. «Siempre he hecho talla, pero si trabajaba en la industria no tenía tiempo para hacer lo que me gustaba», así que, en cuanto pudo, dejó ese trabajo. «¡Es imposible contar cuantas piezas he hecho!», reconoce. Sin embargo, en la exposición hay unas setenta piezas de diferentes tamaños, una pequeña selección de todas las que guarda en su casa-museo de Gares. Quien quiera visitarla no tiene más que acercarse y preguntar por el escultor. Si no se encuentra en el taller, no hay más que tocar el timbre y le abrirán la puerta para que vea sus obras.

Por su casa pasan prácticamente todos los peregrinos que realizan el camino de Santiago, porque está justo donde se unen los senderos. «La mitad de ellos entran a ver las esculturas y muchos las mencionan en sus diarios de viaje digitales, ¡ellas solas se hacen publicidad!», exclama. Los peregrinos encontrarán en esa casa varias piezas que les hacen referencia, e incluso hay una, de un gran hombre que extiende la mano a la gente, que querían poner en el exterior del albergue para peregrinos de Gares, pero que no se encuentra allí porque, al ser de madera, necesitaría un tejadillo para que no se estropee con la lluvia.

La madera, la más cálida

En su larga trayectoria como artista, Ardaiz ha tenido tiempo de probar diversas disciplinas, pero sin duda se queda con la madera. «He trabajado el hierro, la piedra y he hecho pintura, pero me gusta la madera porque es un material más cálido». Sin embargo, no siempre es fácil encontrar madera. «No voy al monte a tirar árboles», explica. A veces tiene que comprar el material y otras veces le llega a través de conocidos. El árbol para la pieza «Los gusanos», por ejemplo, lo consiguió porque estaba en una parcela de un amigo y este lo quería quitar, y se lo regaló. Ardaiz pensó que tenía un tronco interesante y pidió que lo sacaran con raíces y todo.

Según explica el artista, a veces hay que buscar una idea porque el árbol no te dice nada, pero otras veces el mismo tronco te la sugierea. «Hay que aprovechar eso, porque cuando un tronco es liso puedes hacer cualquier cosa». Un ejemplo es la pieza «Demonios», que surgió de un pedazo de tronco lleno de ramitas. Talló la madera, pero dejó las formas, «porque son bonitas», y donde iba una rama creó una cara y aprovechó las pequeñas protuberancias para realizar los cuernos. «Hay veces que no hay que deshacer el árbol, la naturaleza nos da muchas cosas bonitas».

Ardaiz no tiende a contar el tiempo que tarda en hacer una pieza, sino que se deja llevar. «Hay cosas que van más rápido pero otras que duran más, porque a veces las coges y no acabas de entrar en la escultura, y la vuelves a dejar. Es importante dejarlas donde siempre las veas, así cuando tienes una idea y la retomas va más deprisa -afirma-, es bueno tener dos o tres piezas entre manos, para que cuando no avanza una, avanza la otra».

Todas sus esculturas son dinámicas, no hay ni una sola estática, que no transmita movimiento o acción. A su vez, todas ellas son muy realistas. «No me gusta el abstracto. He hecho algo, pero prefiero el realismo porque es abstracto puro y duro es una trampa, no tiene normas que seguir. Creo que quien solo hace abstracto es porque no sabe hacer realismo». Al artista le molesta que en muchas escuelas a veces manden a los alumnos realizar trabajos artísticos abstractos sin que dominen las formas reales. «Es mejor que aprendan primero a hacer realismo y después ya desharán todo lo que quieran. La forma humana tiene muchas normas que hay que respetar».

Tampoco está de acuerdo con la gente que desvaloriza su trabajo después de ver cómo hay artistas que realizan esculturas con la motosierra. «Yo también la utilizo, y el hacha... cualquier cosa que sirva para cortar madera, pero eso no es más que un boceto. Es verdad que son unos verdaderos artistas, pero el trabajo viene después, cuando hay que empezar a tallar de verdad. Así se consiguen las caras».

El mundo que nos rodea

Generalmente los temas que trata son los que le rodean. Plasma los temas de actualidad a su manera. Por ejemplo, un tronco de bog se convierte en una «sentada» en vertical, «porque en horizontal ocuparía demasiado» compuesta por más de cincuenta personas. También le gusta recrear escenas de viejas costumbres que no quiere que se pierdan de ninguna manera. «No quiero que se pierdan las tradiciones de aquí, por lo menos que haya un recuerdo de lo que pasó», explica señalando las tallas de todo tipo y tamaños que narran diferentes escenarios de Nafarroa. Así, podemos encontrarnos con un «hermanamiento» entre Gares y Obanos, en una talla de gran tamaño donde pueden verse dos de las celebraciones más importantes de ambas localidades. El Tributo de las Tres Vacas está presente en varias piezas, y también destacan los coros de Santa Agueda, el tradicional baile de Lesaka a las orillas del río Onin, la ronda con Olentzero u otras tradiciones relegadas a exhibiciones como el oficio de los almadieros o los pimentoneros.

Aunque de tamaño menor, están repletas de detalles las imágenes de tantos y tantos pueblos de Nafarroa como del mundo entero. Para destacar ciertos detalles en un fondo de color tan plano, utiliza acuarelas o anilinas, ningún otro tipo de pintura porque no quiere tapar los motivos de la madera. «No me interesa pintar una tabla», asegura. Pero no podríamos hablar de tradiciones navarras sin mencionar los sanfermines, un akelarre o una partida de mus. Los mozos del encierro corren delante de un toro invisible (Ardaiz no ha tallado al animal todavía) y junto a ellos cuatro brujas miran a quien les mire. «Debería haber hecho dos o tres más para hacer un verdadero akelarre», lamenta. En un rincón, y con un tamaño considerablemente mayor, cinco hombres juegan a cartas. «Siempre me dicen que por qué son cinco; en todas las partidas de mus hay un mirón, y en cualquier caso, si fuera una competición debería haber un juez. Están jugando a ver quién es el más mentiroso».

Inmortalizar niños

Algo que destaca de la muestra de la Ciudadela es la presencia infantil y familiar. «Siempre me ha gustado la maternidad, me parece entrañable», asegura el escultor frente a un busto de una mujer embarazada. Más allá una gran pieza tumbada representa el parto. «Esta a las mujeres les impresiona mucho».

Estás dos esculturas están rodeadas de niños, pero no es casualidad. Todos ellos son gente importante en la vida del artista. «Esta es mi hija jugando con las muñecas, cuando era pequeña, obviamente -dice señalando a una pieza-, y esta es mi nieta, pidiendo turno para hablar». Un poco más allá «El trio de la bici» trama una travesura. Se trata de una nieta de Ardaiz con dos de sus primos que pasaron el verano en la casa de Gares, a los que les hizo una maqueta de su cara para poder tallar la escultura. «El cuerpo no me interesaba tanto, porque siempre los tenía jugando por ahí». «Y este de aquí -exclama en dirección a un hombre con barba con una niña sobre su espalda-, este dicen que soy yo». Pero no es él, es su hijo con su nieta encima.

Cuarenta años en la Ciudadela

La Ciudadela, esa fortaleza que hace siglos albergó la Navarrería, la ciudad de los navarros, sigue siendo hoy en día uno de los puntos más importantes de Iruñea. Hace ya cuarenta años que fue nombrada Monumento Histórico Artístico y es por eso que los pasados días su interior se ha llenado de visitantes curiosos con ganas de conocer sus entrañas. Una serie de visitas guiadas, que tuvieron lugar por primera vez el año pasado y que este se han visto reforzadas, mostraron a quien se animó a participar en esta aventura las murallas desde dentro, con linterna incluida. Sin embargo, la parte de la Ciudadela que luce con mayor esplendor es su cara exterior, esa que se ilumina con los fuegos artificiales en sanfermines y sirve para dar un paseo el resto del año. Sus salas están llenas de arte, y al margen de la exposición de Koke Ardaiz, hay otras varias muestras visitables durante estos días.

Compartiendo edificio con el escultor, en la primera planta de la Sala de Armas se encuentra hasta el domingo 24 “Tantas cosas me dijeron tanto”, una reunión de obras de arte contemporáneo multidiciplinares de 38 autores pertenecientes al Ayuntamiento. “Tiempos confusos”, de Jesus Lapuente, está instalada en el Pabellón de Mixtos, donde cuelgan varios cuadros que mezclan el pasado y el presente. En el mismo edificio exponen Juan Belzunegui y Mikel Eguskiza sus obras. Las exposiciones del Pabellón podrán visitarse hasta el próximo domingo. En el Horno, en cambio, podrá visitarse la instalación “Direcciones #2” de Marta Rueda. N.B.

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