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Iñaki Egaña | Historiador

Estrategia proetarra

Noticias desde París. Hace años que el debate entre Sartre y Camus se tranquilizó. Con la caída del Muro de Berlín, la opinión pública francesa se deslizó hacia el autor de «El hombre rebelde». Uno de los pasajes más certeros de este libro lo he vuelto a recordar en las imágenes del Tribunal de lo Criminal de la capital francesa: «La libertad está en el nombre de todas las revoluciones. Cada rebelión es nostalgia de inocencia y apelación al ser. Pero la nostalgia toma un día las armas y asume la culpabilidad total, es decir el asesinato y la violencia». Nuestra conciencia.

Cualquier ciudadano de los tiempos de Sartre y Camus que hubiera despertado después de años de ausencia, sería incapaz de leer en su cronología lógica los tiempos que estamos viviendo. El comienzo del juicio contra diez militantes de ETA en París este lunes pasado, sus declaraciones y las reacciones suscitadas forman parte de ese déjà vu que atenaza el presente, en ese bucle incapaz de superar la frontera del pasado.

Desde que ETA abrió la puerta al fin de la estrategia armada, el nacionalismo vasco de viejo cuño tuvo un momento de indecisión. Los resultados electorales favorables a la izquierda abertzale y la inmersión en la crisis financiera que ha pauperizado a nuestra sociedad recolocaron su posición. El alma autonomista y el corazón a la derecha se impuso al resto.

La lectura jeltzale tiene rasgos de inmediatez. La paz no puede estar en la centralidad política, y por extensión el desarme de ETA, porque ello desplaza al PNV del protagonismo político y, en cierta medida, legitima la historia del sector rupturista en los últimos 35 años. Los titulares de «Deia» sobre el juicio de París y la contestación del portavoz Erkoreka a la lectura del comunicado nos retraen a los tiempos del lehendakari Ardanza: «ETA debe muchos gestos».

Me gustaría añadir que el partido fundado por Sabino Arana está perdiendo una oportunidad histórica para abordar desde una óptica diferente a la habitual el conflicto en el que hemos nacido unas cuantas generaciones de vascos. Pero sería darle demasiada expectativa. El titular del diario tiene, en demasiadas ocasiones, más interés que el trasfondo de la cuestión.

La armonía jeltzale, en este terreno, con la derecha económica española tiene un componente de encuentro coyuntural que, en estos momentos de crisis, se convierte en concurrencia de clase. Las alianzas económicas entre el PNV y el PP son las de los que entienden la política como otro medio para defender sus posiciones de clan y, en la medida de lo posible, hacer negocio a través de lo público.

Las declaraciones del segundo de Interior Francisco Martínez van también en esa línea: las revelaciones de ETA no son sino «juegos florales», lo contrario a lo que sugiere la apuesta. El Gobierno del PP, al menos su sector menos ligado al falangismo español (donde coincide con UPyD), parte de otra falsa premisa: fin de la lucha armada igual a fin del conflicto vasco-español.

Y en esa alianza interesada, el PP coincide con el PNV que ha alejado de su propuesta de legislatura cualquier decisión sobre soberanía. Primero porque no quiere ceder ni un milímetro de protagonismo a ETA y, por extensión, a la izquierda abertzale. Aun a costa de que los hombres y mujeres de a pie, la mayoría, no lo entienda.

Y, luego, porque la apuesta de Catalunya ha mostrado que la España neoliberal no tiene reparos en dejar como vanguardia a su sector más agreste para lidiar el problema que se avecina desde posiciones cercanas a la guerra sucia. El PNV tiene mucho escondido debajo de la alfombra y sabe que, en un escenario alborotado, servicios de unos y otros tomarán su trayectoria como objetivo.

Mención aparte merece el sector falangista que domina buena parte de los medios de comunicación, algunos consejos de administración estratégicos, y ofrece a la Iglesia como escudo. Herederos de la España franquista y golpista, son aquellos que han dominado el escenario incomodando a los más cercanos que los utilizaron de ariete contra sus adversarios políticos. Ese monstruo típicamente español está en una de sus fases expansivas, esas que son caldo de cultivo del fascismo. La prepotencia de empresarios, banqueros y artistas del ninguneo, junto al permiso de los colaboracionistas, habilita su presencia.

La posición francesa en este escenario es tan llamativa que nuevamente parece estar sugerida por el golpe de timón iniciado por Sarkozy, demonio en el imaginario colectivo. Hollande, presentado como ángel del cambio, no necesitó siquiera los cien días de gracia habituales para definir lo que los empresarios estratégicos impulsores de Sarkozy habían encendido. Las necesidades y recortes de Obama, junto a los límites históricos de Alemania, lanzaron a Francia a reordenar sus ambiciones internacionales. Libia, Siria, Malí... cuentan con un Estado en guerra que necesita mantener su tensión interior. Hollande también tiene cuernos y rabo.

Las declaraciones en el juicio de París de uno de los máximos responsables del SDAT, Stéphane Durey, ascendido recientemente de capitán a comandante a cuenta del pago servicial, parecen sacadas de un manual que no se hubiera atrevido a escribir ni Mayor Oreja. Durey no ha querido dar pábulo al adiós a las armas de ETA y mantiene que la decisión de la organización vasca lo es en España pero no en Francia. No deja siquiera posibilidad a la duda. Durey, haciéndose portavoz de la Francia en guerra, nos devuelve a los tiempos de Pasqua. Son estas las declaraciones que ahondan en la falta de credibilidad francesa en cuestiones tan cercanas como la muerte de Jon Anza.

Es falso que el dinero no tenga patria. Detrás de los escenarios hay negocio, hay una intención de que el PIB francés o español se nutra de la guerra. Pero también hay una decisión de no mover fichas de un tablero que puede llevar a sectores históricos a perder su protagonismo. Y, en ello, las vanguardias, a uno y otro lado de la muga, son las más beligerantes. Las del enfrentamiento.

Por eso no estamos en el futuro. La batalla no es siquiera dialéctica. Francia y España mantienen rehenes, se escudan en posturas antidemocráticas (Valls y la unidad eterna de Francia) y juegan en ese bucle de vencedores y vencidos. Ese bucle que, por razones coyunturales, alimenta el PNV. En la lógica de Hegel y Nietzsche.

La guerra es la crisis que determina la transición en la idea desde una determinación inferior a otra superior y, como consecuencia, necesaria. Es la absorción del Estado inferior, de la nación menos civilizada por la más civilizada. De manera que toda victoria de una nación sobre otra, por el mero hecho de ser victoria, entraña la demostración de su necesidad, de su justicia y de la civilización superior del pueblo vencedor sobre el vencido.

Seguimos en los tiempos que anunciaron Bush y Aznar, en la guerra preventiva, en una legislación de emergencia continuada. No hay posibilidad de diálogo, ni de consideración del otro. Una guerra sin cuartel apoyada en una propaganda de proyección que describe al enemigo como fuente de todos los males, todos proetarras.

Y así, en esta crónica anunciada, aquello que se sale del guión pertenece al espacio de ETA, a ese concepto bautizado por el grupo Vocento llamado «estrategia proetarra». Hace ya unos años que Josu Muguruza escribió en el acallado «Egin» unas memorables letras: «Cuando alguien está votando a Graraikotxea por la autodeterminación está votando a ETA. Cuando alguien está votando por el señor Retolaza cuando dice que hay que retirar las fuerzas españolas de aquí, está votando a ETA. Luego ETA tiene un programa político de la mayoría de este pueblo. Un programa político para cuya realización no hay instrumentos legales».

Es la legitimación de un proyecto, al margen de las siglas.

Tres semanas después de escribir esas líneas, Josu Muguruza fue muerto en Madrid en un atentado que, en buena parte de su gestación y ejecución, sigue impune.

Poco más de veinte años más tarde, en una entrevista reproducida en este mismo diario, ETA ponía el acento allá donde había dejado Muguruza la última palabra: «Los estados no tienen oferta política para Euskal Herria. El modelo que nos imponen no satisface los deseos de la ciudadanía vasca y no tiene respuestas para las demandas del pueblo vasco».

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