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NARRATIVA

La sombra de Edipo

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Iñaki URDANIBIA

Ya se ha convertido en hábito que la escritora nipona-belga Amélie Nothomb publique una nueva novela con ocasión de cada rentrée, siempre algo antes de finales de agosto, del mismo modo que es habitual que la editorial barcelonesa Anagrama presente la traducción un par de años después. Tal regularidad se viene cumpliendo con una exactitud propia de un peluco suizo desde que viese la luz su primer libro, «La higiene del asesino», allá a principios de los años noventa; desde entonces no ha fallado la escritora belga-nipona ni las traducciones que puntualmente se presentaban por Circe, y ahora por la editorial ya nombrada.

La escritura de la autora de «La metafísica de los tubos» es de las que crea adicción, por varios motivos: uno, por su escritura aparentemente ligera, y dos , por enfrentar siempre en las páginas de sus libros temas candentes, y no me refiero a cuestiones de cronología sino más en particular a temas ligados a las relaciones humanas, tan humanas que a veces hace que salten chispas;todo esto sin dejar de lado que muchas de las historias narradas pertenecen a las vivencias de la propia autora, hasta hacerlas autobiográficas. Recuérdense como ejemplo de lo primero: «Las catilinarias» o «Antichrista», y de lo segundo, sus andanzas laborales y amorosas en tierras japonesas, o el infierno anoréxico («Estupor y temblores» o «Ni de Eva ni de Adán»), y no sigo, pero no porque no haya más obras que incidan en estos aspectos que subrayo, sino para no aburrir a nadie.

Con respecto a los nombrados en primer lugar, parece verse confirmado aquello de que vistiéndose de cordero uno acaba siendo comido por el lobo o por algún caníbal -malgré lui-, y lo digo a nivel metafórico; y ya sea dicho al pasar que quizá estos son los peores, es decir, aquellos que muerden sin darse cuenta, dejando a la víctima enfrentada a la aporía de no saber si es peor la estulticia o la maldad. No seguiré por ahí, más sirva como consejo seguro aquél que suministraba Gilles Deleuze con la sagacidad que le caracterizaba: se ha de evitar sentarse a la mesa con caníbales.

En «Matar al padre», Amélie Nothomb nos narra una historia que se va enredando entre magia, trampas, rivalidades, drogas e iniciación al amor. Un muchacho sin padre conocido es empujado a la calle por su madre, que quiere libertad para vivir tranquila con un hombre, tocayo de su hijo, Joe. El muchacho acaba siendo prácticamente adoptado por una pareja que le inician cada uno en un aspecto concreto: el padre, llamado Norman, le enseña a jugar, trampear, etc. y la madre , la malabarista Christina, le abre al mundo de los afectos y los apetitos amorosos.

Cuando ya ha cumplido los dieciocho años, el muchacho asiste con ellos a una fiesta de malabaristas y magos; una fiesta que hasta entonces le había estado vedada ya que allá corrían prestos los tripis, lo cual era mala sustancia para su temprana edad.

A partir de la experiencia, Joe se marcha de Reno a Las Vegas, ciudad en donde trabaja de croupier, recomendado por Norman. A partir de ese momento, los lazos «familiares» del joven comienzan a enfriarse, llegando hasta la fractura total, con alambicadas complejidades edípicas, como ya deja entrever el título.

La escritora nos hace entrar en las interioridades de los mecanismos obsesivos que se desencadenan en la intrincada mente de un jugador-mago, aleccionado, adoptado, fullero, y... resentido.

Comme d'habitude, Amélie Nothomb, con la sagacidad que le caracteriza, nos seduce con su escritura en la que, en esta ocasión, asoman las engañosas relaciones entre la realidad y su falsificación, ejerciendo con su arte de avezada maga que saca una paloma de la chistera, y ofreciéndonos un final realmente inesperado, al tiempo que muestra una vez más que en su prosa no todo es lo que a primera vista parece; Nothomb nos hace ver que bajo las apariencias de superficie subyacen cuestiones de más calado y que estas deslizan en paralelo reflejos sobre el acto de escribir y su capacidad de hacernos mirar las cosas desde ópticas menos habituales.

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