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Raimundo Fitero

Ni mu

 

El supuesto actor Toni Cantó aparece ahora más en televisión como supuesto político que cuando supuestamente hacía teatro, cine y televisión. Cuantitativamente ha ganado mucho. Tiene sueldo fijo, dietas, comisiones parlamentarias y proyección exterior. Se la está ganando a pulso. Su estrategia es muy sencilla: dejarse llevar. No se ha propuesto abanderar nada, sino mostrarse tal es: un reaccionario recalcitrante, autoritario y con ramalazos fascistoides que se emparentan perfectamente con la propuesta rosa azulona, de la Rosa que lidera ese conglomerado populista que se dice partido pero que se formó con dinero proveniente de la libreta de Luis Bárcenas, ese hombre, a través de aquel movimiento llamado Basta ya, según informaciones periodísticas no desmentidas.

No hay quincena en la que no aparezca el supuesto político Toni Cantó sacando su patita de soberbio ignorante e inculto político provocador. Su defensa de la «fiesta nacional», con un alegato de una violencia inusitada contra los animales, ha sido la antepenúltima, porque lo de estas cuarenta y horas últimas ya le retratan de una manera inequívoca como uno de esos políticos oportunistas que deberían abandonar inmediatamente, o expulsarlos, porque agreden, son cafres, no tiene sensibilidad y además de mentir, insultan a las mujeres y frivolizan con un asunto de tan capital importancia como es la violencia de género.

Cuando se ha despachado a gusto, cuando ha soltado toda la inquina posible, pide perdón, pero lo hace, como un facha que es el segundo del que ahora gobierna la Comunidad de Madrid, para reafirmarse en sus teorías machistas, en el caso de Cantó y antidemocráticas en el caso de Vitoria, un individuo capaz de proclamar «la presunción de violencia», para que puedan actuar los maderos y sus porras antes de que suceda nada. Lo de Cantó es de otro orden, pero porque no le han preguntado al respecto de lo dicho por el relumbrón. Pero una vez pillado, coge un berrinche infantil y dice que a partir de ahora su actitud va a ser «no decir ni mu». Se merecería un poco de «fiesta nacional» en sus corvejones para ver si después seguía pensando lo mismo y le quedaban ganas de mugir.