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El Ejecutivo recula, pero la sociedad no

Coincidiendo con el segundo aniversario de la catástrofe de Fukushima, cuyo saldo en vidas humanas y pérdidas económicas solo es equiparable a la de Chernóbil, decenas de miles de japoneses se manifestaron ayer por todo el país para renovar su compromiso con un futuro no nuclear y exigir al Gobierno nipón el cese total de la actividad de las instalaciones atómicas. Al calor de la movilización social de hace dos años, el ex primer ministro Yoshihiko Noda prometió el cierre paulatino de todas las centrales, pero el cambio de color en el Ejecutivo ha puesto en peligro el cumplimiento de aquella promesa. El derechista Shinzo Abe, ligado al lobby empresarial y claro vencedor de los últimos comicios, en los que la ciudadanía castigó la gestión económica de su rival, ha anunciado la reapertura de al menos 30 de las 54 plantas existentes en Japón una vez concluyan las revisiones programadas en todas ellas.

A pesar de que el desastre permanece anclado en la memoria colectiva de los japoneses, el interés económico de las compañías energéticas pesa más en el balance del mandatario, que apenas acaba de instalarse y cree que no tiene motivos, aún, para preocuparse por represalias electorales. Y hay que matizar que se trata del interés particular de esas empresas y no el de la economía del país asiático, ya que cualquier cálculo racional contradice en manido mantra de que la energía nuclear es barata. Al contrario, su coste económico es bastante alto y, si se incluye en la ecuación el coste social, inabarcable. El propio Gobierno nipón debería saberlo mejor que nadie, pues todavía tiene que hacer frente -y lo hará durante años- con dinero público a las indemnizaciones y a los gastos de desmantelamiento, descontaminación y rehabilitación.

La memoria se vuelve frágil cuando se alcanza el poder, sobre todo cuando se trata de recordar promesas ajenas, pero la opinión pública marcó hace dos años una línea roja que Abe debería cuidarse en traspasar. Después de Fukushima, la sociedad japonesa, habituada a vivir en un entorno atómico, pasó el Rubicón de la energía nuclear y no está dispuesta a retroceder.

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