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El territorio y el autogobierno, metas de la lucha del pueblo mapuche

«No somos los indígenas de Chile, somos otro pueblo distinto, que está aquí mucho antes de que ningún otro llegase a estas tierras». Es la frase más repetida durante el recorrido de sur a norte por Wallmapu, la tierra ancestral que reclama como propia el pueblo mapuche. Hay quien reivindica la totalidad de Chile como territorio indígena, pero el reclamo general hace referencia al Tratado de Tapihue, todavía en vigor, firmado en 1825 entre la recién nacida República de Chile y el pueblo original y que marca la frontera entre ambos en el río Bío-Bío, reconociendo al pueblo mapuche como una nación distinta.

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Aitor AGIRREZABAL

La mal llamada Pacificación de la Araucanía, según la versión oficial, puso fin en 1883 a la guerra que el Estado chileno emprendió contra el pueblo mapuche en 1861. Sin embargo, si se pregunta a las personas que habitan al sur del Bío-Bío, muchos responderán que Chile mantiene abierta esta guerra. Este pueblo fue obligado a cambiar sus costumbres, organización social o formas jurídicas. Además, los diez millones de hectáreas que controlaban entonces han pasado a ser menos de 500.000. Los pocos que todavía poseen tierras carecen de grandes recursos y herramientas para trabajarlas, ya que el Gobierno de Santiago de Chile se ha dedicado a empobrecerlos durante décadas.

Los campesinos se quejan del bloqueo mercantil que sufren por parte de Chile. No pueden comerciar con pueblos de Argentina que se encuentran mucho más cerca que cualquier ciudad chilena, lo que ha provocado un crecimiento importante del contrabando a través de la cordillera de los Andes, que separa ambos estados.

Al sur de la Araucanía (Ngulumapu), la región chilena donde más mapuches residen, se encuentra un pueblo cansado de cientos de años de lucha. Un pueblo que ha resistido la llegada de distintos invasores que no han logrado hacerse con el control de la zona. El imperio inca no logró cruzar la actual frontera entre Chile y Perú, y los españoles y sus sucesores, conocidos como wingkas (nuevos incas en mapudungun, lengua mapuche), se quedaron en la orilla norte del Bío-Bío y firmaron un acuerdo con los líderes locales, que una vez marchados los españoles, el Estado chileno ratificaría en su constitución, pese a no respetarlo. Sin embargo, a pesar de su fama de guerreros, sus rostros denotan una vida de cansancio en la que no han conocido la paz que reclaman para su tierra.

En la pequeña localidad de Coñaripe reside Guido Calfuluan. Es un joven en lucha por los derechos de su pueblo, cuyos bosques ríos y lugares sagrados amenazan con arrasar los proyectos para la construcción de hidroeléctricas. «La versión oficial dice que han hecho consultas a los vecinos, pero la verdad es que van casa por casa amedrentando a quien se oponga. Incluso ha habido atentados contra dirigentes de nuestro pueblo», relata. Pese a su juventud, conoce bien la historia de su pueblo, y quiere mantenerla viva. «Nosotros tenemos nuestro idioma, el mapudungun. Es la forma que los ancianos tienen de transmitirnos su sabiduría», dice. Su uso se ha perdido mucho, ya que el Gobierno chileno no ofrece la más mínima ayuda. Es más, si quieren recibir una subvención para crear una escuela deben cambiar sus estructuras sociales. De esta forma, el Estado chileno consigue que los niños mapuche conozcan la historia que a él le interesa.

Desde Santiago también se les ha obligado a acercarse a la religión cristiana. Ejemplo de ello es que para poder registrar a un niño, están obligados a ponerle un nombre cristiano que preceda al nombre de origen mapuche. Sin embargo, este pueblo tiene totalmente arraigadas las creencias espirituales que les unen a la naturaleza. Dios (Ngenechén, para la cultura mapuche) los puso en esa tierra, y deben protegerla y respetarla por encima de todo. Pese a ello, no ha sido fácil hacer frente al catolicismo que impuso la Corona española: «Vinieron y nos dijeron: `Cerrad los ojos, tomad la Biblia en la mano y rezad. Al abrir los ojos, solo nos quedaba la Biblia'», cuenta Calfuluan.

La fatiga de un pueblo que lleva siglos defendiendo la tierra donde Ngenechén los puso, ha llevado a muchos mapuche a optar por aprender a convivir con el Estado chileno, mientras otros mantienen la esperanza de recuperar las tierras ancestrales donde un día fueron libres. Arnoldo Pichumilla, lonko (máxima autoridad administrativa) de la comunidad Mariano Chincolef afirma rotundo: «Los wingkas venían con licores, y un mapuche, después de tres vasos de vino, vende hasta su vida». Por lo que los colonos, además de hacerse con las tierras que recibían de manos del Estado chileno, también emborrachaban a los dueños de los terrenos para ensanchar sus dominios. «Después, en épocas de mala cosecha, los terratenientes prestaban dinero al comunero, para más tarde ahogarlo con intereses que no podía afrontar y quedarse con sus tierras», asegura Pichumilla.

Al norte, Zona Roja

Conforme se remonta la Araucanía y se llega a la provincia de Malleco, la resistencia se agudiza. Es la llamada Zona Roja. La lucha mantiene, hoy en día, un frente abierto por la recuperación de tierras perdidas a manos de los colonos. La militarización de la zona es visible y las detenciones de activistas mapuches se han multiplicado en los últimos meses. Mucho más aún tras la muerte del matrimonio de colonos de origen suizo Luchsinger el pasado mes de enero, cuando su casa fue incendiada.

Un atentado que nadie ha reivindicado, pero que el Gobierno de Sebastián Piñera no duda en atribuir a los comuneros locales.

Sin embargo, la población mapuche menciona una gran cantidad de autoatentados que el Ejecutivo chileno utiliza para criminalizar la causa de este milenario pueblo.

El especial vínculo que siente con respecto a su tierra obliga moralmente al mapuche a emprender acciones, en muchos casos violentas, para reclamar y recuperar el territorio que durante años se les ha ido usurpando. Con el objetivo de castigar a todo aquel mapuche que alzara la voz, durante la dictadura militar de Augusto Pinochet las autoridades promulgaron la «ley antiterrorista». Hoy en día, esta ley sigue vigente, lo que deja en total indefensión al weichafe (término con el que se conoce a sus luchadores) ante la Justicia chilena. El Estado utiliza medidas de excepción contra ellos, pero no los reconoce como presos políticos. Pretende convertirlos en delincuentes comunes que únicamente se dedican a robar y asaltar las propiedades de los colonos, en un intento de criminalizarlos ante la sociedad. Son tratados como «terroristas» durante los procedimientos judiciales y como presos comunes una vez que están en prisión y ante los medios de comunicación.

La pobreza y la falta de medios han obligado a muchos mapuches a emigrar. Wallmapu, otrora una zona rica y autosuficiente para su pueblo, se ha convertido en un blanco fácil para las empresas forestales e hidroeléctricas. La han transformado en un largo paisaje de pinos y eucaliptos de inversión asiática que ha empobrecido la fértil tierra de sus bosques. El agua escasea y no son pocos los campesinos que se ven obligados a recorrer kilómetros para poder llevarla a sus hogares.

El mapuche lucha por recuperar lo que es suyo, vivir con lo que es suyo, sus recursos, su mapu (tierra).

Autogobierno al sur del Bío-Bío

A partir de hoy, comenzarán una serie de movilizaciones mapuche en la ciudad de Temuco, capital de la Araucanía. Para hoy se ha convocado una Nguillañmawun, ceremonia espiritual y religiosa en el marco de la cual se tomarán acuerdos y decisiones que tendrán carácter sagrado para el pueblo mapuche.

Mañana se realizará una manifestación desde el Cerro Ñielol hasta las calles de la capital, con el fin de expresar la voluntad y el derecho del pueblo mapuche a la autodeterminación. Según han expresado las autoridades mapuche, a partir de esta movilización comenzará a tomar forma el autogo- bierno mapuche.

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