Hay quien se siente defraudado por el rumbo que ha tomado la carrera del otrora prometedor cineasta Bryan Singer. No creo que sea para tanto, porque el genial realizador de «Sospechosos habituales» sigue fiel al equipo artístico con el que empezó, formado basicamente por el guionista Christopher McQuarrie y el compositor musical y montador John Ottman. De una o de otra manera, con mayor o menor talento, siempre han intentado entretener al público, y con «Jack el caza gigantes» lo vuelven a conseguir una vez más.

Han metido a la película de Singer en el saco de la creciente moda los cuentos tradicionales adaptados a lo grande, y con el argumento convenientemente alterado para que encaje dentro del cine de acción. Pero dista mucho de pertenecer al mismo grupo que, por ejemplo, la reciente «Hansel y Gretel: Cazadores de brujas». Está más en sintonía con aquellas producciones de los años 80, como «La princesa prometida», que querían recuperar la aventura épica y medieval de corte fantástico en su sentido más ingenuista y fabulador.

Considero que el argumento de «Jack el caza gigantes» no difiere tanto en el fondo del cuento en que se basa, salvo porque le añade una dimensión espectacular. «Jack y las Habichuelas Mágicas» se convierte así en un campo abonado para el desarrollo de los efectos digitales y la aplicación del sistema de «captura de movimiento» experimentado por Robert Zemeckis. De otro modo los gigantes nunca habrían tenido ese aspecto tan desproporcionado, especialmente apreciable cada vez que se zampan a un humano (el pobre Ewan McGregor no da ni para un pincho). No he podido ver la versión original, lo que me impide disfrutar de la actuación de Bill Nighy, visualmente irreconocible en su papel de coloso de dos cabezas. Donde si canta la digitalización es en los paisajes y fondos en general, reconociendo que el epílogo contemporáneo es un error, por mucho que haya servido de pretexto para establecer una analogía histórica con el pasado a través del uso de la tecnología.