Este es un país de poetas y contrabandistas. La naturaleza es magnífica; salvaje como necesitan los soñadores, áspera como la necesitan los ladrones». Fue una de las célebres frases que el escritor francés Víctor Hugo anotó en su cuaderno de bitácora cuando realizaba un viaje por Euskal Herria («Los Pirineos»). Mapas, territorios y gentes. La memoria del viajero construye una percepción de la realidad que vive durante su odisea, ficcionando lo que ve mientras lo escribe, mientras construye un relato. Relatos que pueden ser de video, fotográficos, apuntes en servilletas de bar... Historias que parten de lo vivido para ir más allá de los confines de la veracidad. Lejos de ir «Contra la memoria» como argumenta en su interesante y discutible ensayo David Rieff, valoro y soy feligresa de esa memoria inquieta, subjetiva y creativa que nos acompaña. Memorias en forma de relatos que imitan los números de la chistera del mago para extraer de ella todo lo maravilloso, a veces, y lo oscuro y doloroso por descuido. Leo a Rieff pero recuerdo al mismo tiempo las palabras del documentalista chileno Patricio Guzmán cuando dice que «Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotografías». Ese álbum que nos dice quiénes fuimos, dónde estuvimos, a quién amamos. La imagen de la anciana de «Amour» de Michael Haneke repasando su vida, resumida en un álbum de fotos, me reafirma en la necesidad de continuar caminando por el sendero de la memoria a pesar de que a veces lo único necesario sea olvidar y construir nuevos recuerdos. Mapas y territorios, gentes que los recorren y habitan. Personas que los relatan desde su mirada subjetiva y que, a veces, nos llega como si fueran parte de la nuestra. Algunos de ellos son poetas, otros contrabandistas de la memoria.