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El nuevo papado puede marcar el ocaso de los movimientos ultracatólicos

La elección de Jorge Mario Bergoglio como nuevo vicario de Cristo ha abierto un interesante debate sobre el futuro de muchos movimientos ultracatólicos surgidos bajo el manto protector del dilatado papado de Juan Pablo II. Hay quien vislumbra con Francisco una Iglesia en movimiento, no una Iglesia de movimientos.

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Agustín GOIKOETXEA

La Iglesia católica centra el interés de millones de personas en el mundo sean creyentes o no. Tras la renuncia de Benedicto XVI y la elección por el Colegio Cardenalicio de Francisco, mucho se está valorando el papel de las diferentes comunidades y movimientos que se encardinan en el universo católico. Tampoco hay que pasar por alto la importancia que adquirió ese conjunto de colectivos a raíz del Concilio Vaticano II, de cuya apertura se cumple medio siglo.

Fue a partir de entonces cuando se produjo una eclosión de movimientos, algunos de ellos de corte «liberal», tomando como referencia el carácter conservador de la Iglesia de Roma, aunque Juan Pablo II y Joseph Ratzinger, como responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se encargaron de condenar a la Teología de la Liberación.

Acción Católica, comunidades de base, Camino Neocatecumenal, Carismáticos, Adsis, Opus Dei, Legionarios de Cristo, Cursillos de Cristiandad, Focolares, comunidades de origen parroquial o diocesano, Taizé, San Egidio, Escultismo, hermandades y cofradías, Vicencianos, Comunión y Liberación, Adoración Nocturna, Encuentro Matrimonial, Vida Ascendente y Pax Romana son una mínima parte de la variedad de asociaciones que se han conformado. Su creación no es una novedad en la Iglesia desde que a finales del siglo III nació la vida eremita y a partir de ahí las comunidades eclesiales primitivas.

A raíz del Concilio, los laicos adquirieron su papel en el interior de la Iglesia y han sido muchos los movimientos nacidos en estos 50 años, algunos de ellos arropados desde la Santa Sede y beneficiados por papados como el de Juan Pablo II o por cardenales de enorme influencia en la maquinaria vaticana como Angelo Scola. Mientras los seminarios se han ido vaciando, miles de laicos se han convertido en la nueva fuerza de choque de la Iglesia católica para tratar de influir en todos los ámbitos, situándose en la vanguardia el Camino Neocatecumenal, los Legionarios de Cristo y el Opus Dei, con sus respectivas particularidades.

«Una de las mayores aportaciones que pueden hacer los nuevos movimientos es mostrar cómo los laicos, sin volverse religiosos o semi-presbíteros, pueden vivir su ser cristiano de manera radical», resaltan desde el seno de la comunidad diocesana vizcaina. En una sociedad cada vez más secularizada, esos colectivos han tratado de recuperar el protagonismo que décadas atrás tuvo la Iglesia católica especialmente en Europa.

Con Karol Wojtyla, luego heredado por Joseph Ratzinger, los movimientos ultraconservadores se convirtieron en protagonistas -se les ha llegado a definir como los «ejércitos» del polaco- hasta el punto de reconocerles cierta influencia en los previos al cónclave en que resultó elegido Jorge Mario Bergoglio. En ese contexto, surgen reflexiones como la de que «toda agrupación nueva en la Iglesia supone un reposicionamiento de todos los demás actores, algo que no siempre es fácil de hacer, por lo que la aparición de problemas y tensiones no debe asustar a nadie. No deberíamos -plantean cristianos que analizan la cuestión- inclinar la comunidad hacia juicios precipitados, ni adjudicar etiquetas o pintar caricaturas, ni a favor ni en contra, sino que más bien debería animarnos a actuar con cautela, dejando que la historia vaya clarificando poco a poco lo que, de hecho, supondrán para el futuro de la Iglesia las antiguas y las recientes asociaciones de fieles. Mientras llega ese momento, hay que pensar que todos tenemos cabida dentro de la realidad eclesial, con tal de que nadie absolutice su propia posición».

En ese contexto resultan clarificadoras las reflexiones de Massimo Faggioli, un joven teólogo e historiador italiano que ejerce su labor docente en la Universidad estadounidense de San Thomas de Minneapolis, al que ha invitado el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral (IDTP) de Bilbo. Autor de numerosos libros de difusión mundial, Faggioli estima que el protagonismo adquirido por los neoconservadores es fruto de que la jerarquía católica con sus obispos al frente solo presenta a estos movimientos «como los buenos mientras se olvida y se arrincona a aquellos de corte liberal, aunque los hay de muy diversa naturaleza».

La modernidad como problema

Massimo Faggioli considera que el principal problema de quienes dirigen la Iglesia de Roma es su adaptación a la modernidad. «La cultura católica tiene un gran problema. Tiene una gran dificultad para asumir el pluralismo, el mundo moderno. No vive la cultura democrática actual», aclara. Para este teólogo que marchó a Estados Unidos para evitar la censura en su país y poder trabajar en su pasión, «viejos movimientos» como Acción Católica -que nació en Europa en el siglo XIX por la posición débil de la Iglesia ante el cambio político, social, cultural y religioso- se han empapado de esa cultura democrática adaptándose a los tiempos. Por el contrario, otros «más modernos» se han atrincherado en el dogma, cuando no en la involución teológica.

«La Iglesia occidental ha tenido miedo a la novedad, a la modernidad, al pluralismo a partir de Mayo del 68. Algunos grupos, pequeños en sus orígenes, piensan que la identidad católica, la integridad de su mensaje tradicional estaba en peligro, y se han cerrado a la modernidad, al debate en el seno de la Iglesia para ver cómo se afronta la convivencia con otras culturas», añade. Se han atrincherado en las tres últimas décadas en torno a Roma, al objeto de que no se afronte el reto fundamental de la Iglesia, adaptarse a los tiempos y abrirse a esa realidad. Mientras el protestantismo, asegura, se ha adaptado, «el catolicismo romanizado se ha convertido en fundamentalismo bíblico».

Faggioli habla de no satanizar a los movimientos católicos en general. Respecto a los hegemónicos por el arrope recibido desde la Santa Sede, reconoce que han logrado aglutinar a muchos fieles, pero no nuevos, sino que se ha alimentado de las parroquias o de otros colectivos afines de los que han captado sus adeptos. Su trabajo en poner freno a la secularización, advierte, no ha sido tal, ya que lo que han hecho es movilizar a los católicos convencidos. «La Iglesia tiene que encontrar al mundo», comenta. Asimismo, aunque han podido ayudar a frenar cierta sangría, lo cierto es que los seminarios cada vez están más vacíos y no se atrae a nuevos fieles, excepto en áreas del mundo como Asia, donde los neocatecumenales han adquirido gran protagonismo.

Estado español, México e Italia son sin duda las canteras de los grupos ultras, lo que el teólogo atribuye a que «representan la frontera del catolicismo con la modernidad», recordando la debacle de los Estados Pontificios, el auge de la cultura anticlerical de socialistas y anarquistas en el primero y la revolución mexicana en la década de 1920. «Son unos movimientos muy hispanófonos», precisa, incidiendo en la capacidad para implantarse en Japón y Filipinas de los «kikos». Tampoco pasa por alto la diferencia entre Comunión y Liberación (CL) en Italia, «demasiado eclesial y politizada»; o en EEUU, donde es «un fenómeno diferente».

Cambio de rumbo

En cuanto al papel que pueden tener los ultracatólicos con el nuevo Papa, es prudente. «Nadie tiene la respuesta. Es una cuestión abierta», apostilla, después de defender que tiene que haber una «armonía» entre los distintos agentes que conforman el universo eclesial. Lo que sí tiene claro es que «ningún papa» los abolirá, aunque puede que dejen de crecer, que llegue su ocaso por lo que respecta a los últimos que han estado en boga. «Francisco no es un teólogo liberal. Tuvo relación con CL, pero no es la CL política de Italia», de ahí sus esperanzas por su cercanía a lo social, a los desfavorecidos, y el papel que pueda dar a las mujeres, una demanda cada vez más mayoritaria.

No se olvida de que dos de esos movimientos, Opus Dei y Legionarios de Cristo, son políticamente muy conservadores, ligados al poder económico, alejados de los principios en los que ha insistido Francisco.

Tampoco pasa por alto que la propia elección del nombre, Francisco, deje entrever que buscará el cambio. «El franciscanismo fue revolucionario, muy importante, en el Iglesia medieval. Creo que será un papa que moverá la Iglesia. Una Iglesia en movimiento -enfatiza-, no de movimientos. Tiene que ser listo para tratar de renovar los roles que atribuye a los distintos estamentos que la conforman». Para Massimo Faggioli, aunque no duda del perfil conservador de Bergoglio en lo teológico, reitera que será un vicario de Cristo interesante, «un desafío».

«Este papa es una señal de arrepentimiento de los cardenales por la elección de 2005. Muchas de esas personas se han dado cuenta de aquel error que supuso elegir a Joseph Ratzinger. Entonces no fueron conscientes de las consecuencias que iba a tener la elección de un teólogo de su reputación, un pastor alemán», señala con ironía. Para Faggioli, Francisco es una señal de que se huye de la Iglesia «ideologizada, menos obsesionada con algunas cuestiones dogmáticas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, teólogos que se habían arrepentido del aperturismo del Concilio Vaticano II».

Movimientos emergentes

Opus dei

En 1982, Juan Pablo II les otorgó su carácter de prelatura, a pesar de que la organización fue fundada en 1928 por el sacerdote español José María Escrivá de Balaguer, a quien el papa polaco canonizó en 2002. La mayoría de sus miembros (98%) son laicos. Una de las acusaciones más repetidas contra ella es que es una secta religiosa muy conservadora en el aspecto político y en lo social. La «Obra» la forman 90.000 miembros, según las últimas estimaciones. Tiene una fuerte implantación en Nafarroa, con su Universidad, y con centros educativos en el resto de herrialdes.

Comunión y liberación

Creada por el sacerdote y teólogo lombardo Luigi Giussani en 1954, y que lleva implantada en Euskal Herria un cuarto de siglo. La fraternidad cuenta con 47.994 miembros y está presente en 64 estados. Entre sus rostros públicos en el país se encuentra el consejero navarro de Educación José Iribas, de UPN. Existe un grupo de padres afines en el colegio de Teresianas de Iruñea, además de fuertes vinculaciones en el Arzobispado. En la Santa Sede, sus mayores valedores son el cardenal milanés Angelo Scola, el gran derrotado del último cónclave, y el pontífice emérito. Cuatro laicas consagradas cuidaban de Benedicto XVI.

Camino neocatecumenal

Movimiento iniciado por los laicos españoles Kiko Argüello y Carmen Hernández, junto al cura italiano Mario Pezzi, en la década de 1960 en barriadas populares de las afueras de Madrid. Fue Juan Pablo II quien lo autorizó. Se diferencia de otros movimientos en su definición, la primera y única en la Iglesia católica: «Itinerario de iniciación cristiana posterior al bautismo o para recibir este sacramento». Se asienta en 900 diócesis, con un millón de seguidores -según afirman los «kikos», como se les conoce-, y sus detractores lo consideran un movimiento político con ribetes religiosos. Son los promotores del segundo seminario diocesano de Iruñea, denominado Internacional y Misionero Redemptoris, gracias al apoyo del arzobispo, Francisco Pérez.

Focolares

Movimiento que promueve la unidad y la fraternidad universal, por lo que sobresale su fuerte vocación al ecumenismo y al diálogo con personas de diversas convicciones. La Santa Sede la aprobó en 1962, siendo reconocida por otras religiones. Lo fundó la joven estudiante italiana Chiara Lubich y cuenta con una red de empresas por Europa y América, que ronda las 800. Tiene representantes en las cuatro diócesis de Hego Euskal Herria.

Heraldos del evangelio

También conocidos como Caballeros de la Virgen, son una asociación privada de fieles de derecho pontificio, a quienes Juan Pablo II reconoció en 2001.

Legionarios de cristo

Congregación católica fundada en 1941 en México por el cura Marcial Maciel, que dispone de un movimiento seglar -Regnum Christi- con 68.000 miembros. En 2009, tuvo que reconocer que su fundador era padre de varios hijos y había sido acusado de abuso sexual a menores y seminaristas, por lo que se desvinculó de Maciel. Por orden de Benedicto XVI, se retiró del sacerdocio público en 2006, para dedicarse a «una vida de oración y penitencia».

Corazón de Cristo

Fraternidad seglar apoyada por el obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, al igual que el Grupo Loiola. Se asienta en determinadas parroquias de la capital guipuzcoana, desde donde el prelado aspira que se extienda.

FRANCISCO

La elección del nombre de Francisco no es para muchos baladí, ya que la Iglesia en el medievo sufrió una importante transformación con el «franciscanismo». La designación de Bergoglio es considerada «una señal de arrepentimiento» de los cardenales.

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