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Jesus Valencia Educador social

La Iglesia y los presos

Hay creyentes que apuestan por los oprimidos sin excluir a nadie. En sus liturgias no ignoran a los presos y predican una paz basada en la justicia y el respeto

Angel Figueroa murió encadenado a una argolla telemática. Xabier López murió en la inhóspita celda de un hospital, privado del calor de los suyos. Dos nuevos episodios de violencia carcelaria con intencionalidad política que interpelan a toda la sociedad y también a la iglesia.

La actitud de los obispos respecto a este tema resulta escandalosa. Destáquese una ejemplar excepción. En noviembre de 2012 tuvo lugar en Bayona una gran manifestación en defensa de este colectivo (los presos -merezcan el calificativo que merezcan- son sujetos de derecho). El obispo y 70 miembros de dicha diócesis apoyaron la marcha; gesto inimaginable en Hego Euskal Herria. Los jerarcas de estas cuatro diócesis no han movido un dedo para atenuar la crueldad de la actual política penitenciaria; más aún, están legitimando con su silencio a quienes la practican. Lamentablemente, no es solo la jerarquía la que ha adoptado esta actitud. Parroquias, colegios confesionales, congregaciones... avalan la excepcionalidad penitenciaria intentando convertir a los presos en la expresión más hiriente de un pueblo doblegado y vencido. Una Iglesia tan insensible ¿qué reconocimiento puede merecer?

Otros católicos demuestran sensibilidad ante determinadas situaciones de injusticia. Apelando a la defensa de los derechos humanos, colaboran con ONG, ayudan a presos sociales, promueven roperos, comedores, bancos de alimentos.... En ocasiones protestan abiertamente contra los desahucios, el paro o los recortes. Pero hay una línea roja que jamás traspasan: eluden cualquier acción en defensa de los derechos de las presas y presos tratados con saña política. Extraña dualidad que les induce a denunciar unas agresiones y a callar las barbaridades que está acarreando la dispersión. Su inhibición ante tan flagrantes atropellos les resta autoridad moral cuando se proclaman defensores de los derechos humanos y tiende un manto de dudas sobre los motivos de su actuación.

Hay creyentes que apuestan por los oprimidos sin excluir a nadie. En sus liturgias no ignoran a los presos y predican una paz basada en la justicia y el respeto. Se les puede encontrar participando en movilizaciones populares, portando la silla que evocaba a los presos con enfermedades graves, sosteniendo en la calle pancartas reivindicativas, trasladando sus exigencias a las puertas de una catedral que encontraron cerrada... Actuaciones que les han merecido reticencias, identificaciones policiales e, incluso, la citación en la Audiencia Nacional. Una periodista picajosa les preguntó con retintín tras la comparecencia que realizaron el 9 de enero ante el Buen Pastor: «¿A cuanta gente representan ustedes?». Era evidente que aquel grupo solo se representaba a sí mismo, pero estaba abierto a todos los oprimidos, incluidos los presos de cualquier condición. Así lo expresa el Manifiesto que presentaron en Arantzazu el 17 de marzo: «Afirmamos nuestra esperanza y compromiso, en unión con otras iniciativas sociales, en especial con Herrira, para lograr la justicia, la amnistía, la libertad y la paz políticas y sociales para Euskal Herria y todos los Pueblos».

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