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«Stoker»

«Stoker» habla de la familia, esa institución tan frágil y extraña, del deseo, de la muerte, reivindica a Hichtcock una y otra vez

Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Pocos elementos son a veces necesarios para conseguir que nuestra mirada voyeur quede inevitablemente enganchada a una sucesión de imágenes. Es una especie de misterio saber en qué consiste esa alquimia que logra, mediante la combinación de elementos, mezclados adecuadamente, la química esperada, la maravilla del cine. Ese milagro del instante cinematográfico se da a veces y no siempre se posa en todas las miradas. Su origen es el talento y el tiempo dedicado a ensayar, jugar y fracasar con el medio cinematográfico. De esos «ejercicios» realizados con destreza surgen obras curiosas, artefactos como «Stoker» del surcoreano Park Chan-Wook, dónde a pesar de las apariencias de blockbuster que rodean a la película, la libertad creativa lo convierte en un filme caprichoso y sugerente. Sí, es un thriller; sí, hay actores y actrices de moda; sí, es evidente que se trata de una superproducción. Pero al mismo tiempo se respira independencia en el montaje, en el planteamiento visual deliciosamente elegante, en la puesta en escena y en la fricción existente entre los actores que sostienen la historia. Pocas veces he visto trasmitir tan bien la tensión psicológica y sexual en una película, sosteniéndola en el tiempo, casi sin prisa. «Stoker» habla de la familia, esa institución tan frágil y extraña, del deseo, de la muerte, reivindica a Hichtcock una y otra vez... Y Park Chan-Wook hace que el asesinato se convierta en algo fascinante y atractivo al mismo tiempo que anecdótico, alejándolo de la moral establecida e indagando en sus «sabores» y misterios. «Stoker» es fascinante y aún estoy cautivada por su maestría imperfecta.

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