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Argentina repudia a Videla con la tranquilidad de haber hecho justicia

Agentes de todos los sectores recuerdan en la muerte del dictador su legado mortal y destacan que terminó su vida juzgado y preso. Acorralado por la Justicia desde hace quince años, falleció sin arrepentirse ni contar el destino de los desaparecidos.

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Daniel GALVALIZI

Un generalizado adiós repleto de condena social le brindó ante ayer al dictador Jorge Rafael Videla la enorme mayoría de los actores sociales en Argentina, tras la muerte que lo encontró encerrado en una celda común cumpliendo el castigo a los 87 años por haber sido el jefe de la Junta Militar que sucumbió al país bajo la más sangrienta dictadura que haya conocido.

Poco después de las 8.00, la noticia de su deceso comenzó a recorrer los medios de comunicación. Automáticamente, Twitter estalló en una masiva ola de repudio al criminal legado que dejó Videla y los dirigentes de los organismos de derechos humanos comenzaron a dar su opinión por la prensa.

Pero no hubo inquietud ni alteración. En un viernes en el que la noticia estaba siendo el 1,5° celsius que marcaba el termómetro y convertía a la jornada en la más fría del año, la novedad del deceso cayó en una sociedad que observa con calma y satisfacción que los máximos responsables del exterminio están juzgados y cumpliendo condena, así como muchos de sus cómplices militares de menor rango y colaboradores civiles.

En un patético giro final de su destino, el dictador tuvo como vocera de su fallecimiento a la desprestigiada presidenta de la Asociación de Familiares de Presos Políticos de la Argentina (sic), Cecilia Pando, esposa de un militar que fue destituido por sus críticas públicas al Gobierno.

Ni olvido ni perdón

El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel recordó a Videla como «un hombre que traicionó los valores de todo un país» y consideró que su muerte «no debe alegrar a nadie, hay que seguir trabajando por una sociedad mejor, más justa para que todo ese horror no vuelva nunca más».

La titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, afirmó que «deja la faz de la Tierra un hombre deshumanizado. La historia seguramente considerará el genocidio que sufrimos los argentinos, el oprobio de una dictadura que él encabezó, de la que nunca se arrepintió y de la que incluso hizo declaraciones tardías reivindicando todos sus delitos». En tanto, Nora Cortiñas, expresidenta de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, sostuvo: «Desde mi sentimiento no festejo la muerte. Porque se mueren y se van con los secretos más importantes de la historia. Se mueren llevándose este secreto tan trágico, porque ellos saben dónde están (los desaparecidos)». «A Videla nunca lo tuve cerca. Lo vimos desde lejos en el Juicio a las Juntas que hizo (en 1985 el expresidente Ricardo) Alfonsín. No nos acercamos ni siquiera para insultarlos como se merecen. Últimamente él decía barbaridades desde la cárcel, pero al menos nos dimos el gusto de ver bajar su cuadro, lo que fue un momento histórico», dijo en alusión a la retirada del cuadro que exhibía el rostro de Videla en un salón del Colegio Militar, en 2004, impulsada por el entonces presidente Néstor Kichner. Desde del Gobierno, el jefe del Gabinete Juan Manuel Abal Medina, destacó que el dictador «murió juzgado, condenado, preso en una cárcel común y repudiado por todo el pueblo argentino». La referencia a la prisión común no es vana sino que alude a que la Justicia ha ido revocando el privilegio de los condenados por la represión a cumplir sentencia en su domicilio por ser mayores de 70 años (como establece el Código Penal).

Acorralado hasta el final

A diferencia de otros militares que fueron beneficiados por las leyes de fines de los 80 y por los indultos del ex presidente Carlos Menem, Videla estaba hace tiempo acorralado por el Poder Judicial. En 1998 fue nuevamente detenido pero esta vez por el único delito que el perverso perdón menemista no le exculpó: el robo sistemático de los bebés de los desaparecidos.

En 1999 el juez Baltasar Garzón dictó una orden de captura contra él por genocidio, terrorismo y torturas. En 2001 fue procesado por asociación ilícita agravada en el marco de la Operación Cóndor y en 2003 Alemania solicitó su extradición por la desaparición de una ciudadana en ese país. En 2010 la Corte Suprema confirmó la anulación de los indultos y ordenó el cumplimiento de las condenas del denominado Nuremberg argentino de 1985. Además un tribunal federal de la provincia de Córdoba lo sentenció por otra causa a reclusión perpetua, en tanto en 2012 se lo sentenció a 50 años por secuestro y sustracción de identidad de menores. Finalmente, este año se había abierto un nuevo proceso. Si bien su estatus de detenido no iba a cambiar, las causas judiciales representaban un permanente ejercicio de la jurisprudencia de la democracia que explica que la muerte de Videla no haya sido vivido como un hecho traumático para los argentinos como sí lo fue para los chilenos el fallecimiento del dictador Augusto Pinochet.

Tal vez la réplica más significativa de su muerte haya sido la de H.I.J.O.S., la agrupación de hijos de desaparecidos durante la dictadura: «Se murió y no nos dijo donde están», y luego colgaron un fotomontaje con el rostro de un Videla joven y la frase «No soportó 30 años de democracia».

Como una parábola contra la impunidad, la cama caliente que deja Videla podrá ser ocupada por Juan Miguel Wolk -apodado «El Nazi» y jefe del centro clandestino de detención Pozo de Banfield-, quien estaba prófugo desde el año pasado y, justamente, fue recapturado el mismo día que el dictador moría. Wolk, condenado en 1985 a prisión perpetua, fue trasladado al penal de Marcos Paz, último hogar de Videla.

 

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