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Txisko Fernández | Periodista

Cien mil millones, más o menos

Me parece curioso que, en un mundo en el que ya es habitual escuchar algunas palabras que comienzan por el prefijo «nano» -generalmente relacionadas con la nanotecnología-, todavía no se haya establecido el número concreto de neuronas que contiene un cerebro humano, por muy pequeñas que sean. No obstante, muchos científicos nos ofrecen un número redondeado: nada más y nada menos que cien mil millones.

Cien mil millones de esas células tan nerviosas ellas que, cada vez que reciben un estímulo, descargan un latigazo que puede tener consecuencias tan extraordinarias como que se mueva el dedo gordo del pie izquierdo o que, de repente, te acuerdes de que hace diez años que te diste el primer baño en el mar.

Popularmente, se suele responsabilizar a las neuronas de la capacidad de pensar. Bueno, mejor dicho, se suele relacionar la falta de raciocinio con la escasez de neuronas, llegando a ponerse en duda que tengas más de una, al menos en funcionamiento, cuando eres incapaz de comprender lo que el resto del mundo -es decir, quienes te rodean en ese momento- observa tan claramente que le lleva a la hilaridad, que es lo mismo que reírse de ti en tu cara simplemente porque entonces tus conexiones neuronales discurrían en otra dirección.

La cuestión que quiero plantear parte del hecho de que últimamente estoy leyendo artículos más o menos sesudos sobre el funcionamiento del cerebro humano y no dejan de asombrarme. Me asombra que cuando se habla de estereotipos el mundo sea tan perfecto y que cuando repasas la realidad te encuentres con tantas deficiencias.

Me produce escalofríos pensar que tengamos, más o menos, cien mil millones de neuronas inactivas y solo un par de ellas trabajando a destajo, siempre a punto de desfallecer. Y esa me parece la explicación más positiva, porque la otra que se me ha pasado por la cabeza (¡vaya, alguna neurona me estaba funcionando!) es que tengamos cien mil millones de neuronas trabajando a tope para hacer las cosas tan rematadamente mal.

Pero me queda el consuelo de pensar en lo bien que nos lo pasamos cuando pillamos a alguien in albis gracias a que sus neuronas andan desconectadas. Y me asombra la capacidad de asombro de mis neuronas.

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