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Carlos GIL | Analista cultural

Una línea

Se han creado unas castas de supuestos entendidos que son los que canalizan esos gustos, esas tendencias que mueven le mercado, que alimentan vanidades.

 

Si te fijas, tú también has marcado una línea imaginaria que separa en tu apreciación personal lo que es reiteración, rutina, copia y lo que consideras creación artística. No es tan difícil. Son los dueños del lenguaje atrofiado quienes intentan convertirte en un consumidor sin criterio y por eso te tratan como a un ciudadano incapaz de discernir sobre tus gustos y tus consideraciones sobre el arte, la música, la poesía, la danza o el teatro.

Se han creado unas castas de supuestos entendidos que son los que canalizan esos gustos, esas tendencias, que mueven el mercado, que alimentan vanidades o que estrangulan proyectos sin mayor autoridad que haber ganado una oposición generalista. Es obvio que existen guías, analistas, iluminados, profetas de los nuevos tiempos. Hay pintores que marcan una época y cambian el rumbo de la pintura. Existen dramaturgos que han fundamentado las bases sólidas del drama moderno europeo. La música desde la más experimental a la más simple tiene tantos matices y tantas lecturas como lo tiene la danza o la literatura.

Nadie lo pone en duda. Pero cada individuo tiene su capacidad de relacionarse con el arte, sus conocimientos de la materia, sus intuiciones y todos distinguimos la calidad de lo que se nos ofrece. Cada uno según sus experiencias, su formación, su propia sensibilidad y gustos. Nadie debe sentirse excluido de una obra de arte, un concierto, un texto dramático. Cada uno lo recibirá de una manera distinta. Sería bueno que existiera una participación ciudadana bien regulada con plena libertad para que se opine sobre las actuales programaciones culturales, tan por debajo de casi todas las líneas de calidad.

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