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Antonio ÁLVAREZ-SOLÍS | Periodista

Nueva carta a Arnaldo

 

Como todas las cartas ésta es también íntima. Muchas veces me siento ante el ordenador dispuesto a pergeñar un nuevo discurso jurídico que demuestre la increíble injusticia de que eres víctima. Pero renuncio a repetir la argumentación, cansado ya de razonar sobre lo irracional. Quizá tu caso haya de acogerse al poder de las imágenes. En una de ellas te veo como un vasco libre rodeado por la inmensa prisión exterior. España logra siempre que la cárcel aparezca como un balneario donde se reafirma la libertad de conciencia. Tú ya estás tan restaurado que nos invitas a sonreír ante el futuro. Ya sé que es muy ingrato estar prisionero, pero si acudo a la paradoja no creo que andar suelto por España equivalga a la libertad. La libertad española sólo se puede consumir en lata, nunca al natural. En fin, no sigo porque lo cierto es que espero pronto darte una abrazo en mitad de la «mèlée».

Respecto a ti he decidido tenerte no por preso político, aunque la denominación resulte obvia, sino como preso de conciencia. Tener conciencia es muy difícil en España. Su olor irrita a muchos españoles como si se tratara de una sobredosis de adrenalina.

Déjame que hable como las señoras de visón: Arnaldo, España es pesadísima. Son tenaces y repetitivos en el error. Ya sé que la sangre vasca merece una frase más solemne, pero qué puede decirse ya añadido a todo lo dicho en buena y prudente doctrina. Quizá sería adecuado que en el portal de Euskal Herria pudieran fijar los vascos un cartel con una frase radical dedicada a esos españoles de banderín ministerial, toga negra y Cristo muerto. «Váyanse ustedes a hacer puñetas, estamos reunidos».

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