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Anjel Ordóñez | Periodista

Una mano en el cielo, el cuerpo en el infierno

Las mujeres sostienen con una mano la mitad del cielo», dijo Mao Tse Tung. Una profunda declaración de igualdad entre los sexos en China, donde desde la noche de los tiempos el hombre obligaba a la mujer a sufrir ataduras y fracturas en sus pies hasta deformarlos y acomodarlos a los retorcidos gustos del varón. Bajo su mandato se erradicó esta costumbre, se prohibió la venta de novias y también el concubinato. Pues, ahora que llegan los calores, la Policía de Pekín recomienda a las mujeres que no vistan ropa provocativa para evitar las agresiones sexuales. Se refiere a minifalda y pantalones cortos. También les aconseja que, en el transporte público, lleven mochilas o periódicos, con el objeto de disuadir a los pervertidos que se aprovechan de la masificación para cometer todo tipo de abusos. Finalmente, también dejan caer que un menor consumo de alcohol entre las mujeres reduciría el número de violaciones. Es decir, en vez de poner los medios, sean los que sean, para evitar las agresiones, arrojan el onus probandi sobre la espalda (o las piernas) de la mujer. Si no hace caso de las recomendaciones, que se atenga a las consecuencias. Si Mao levantara la cabeza.

Puede que la mujer sostenga el cielo con una mano, pero el resto del cuerpo, a menudo, se ve obligado a arrastrarse por el infierno. Sólo hay que leer los periódicos. En el Congo, las violaciones han pasado de excepción a norma. El pasado mes de mayo, soldados del ejército regular entraron en la aldea de Minov y violaron a un centenar de mujeres y a 33 niñas, algunas de ellas en repetidas ocasiones. Alguno dirá que Congo es un país del Tercer Mundo en guerra. En Israel, un juez ha asegurado en público que «algunas chicas disfrutan siendo violadas». Escalofriante.

En Euskal Herria se cuentan por miles las mujeres que anualmente denuncian malos tratos por parte de sus parejas. Y las denuncias solo son la punta del iceberg, el paso que muchas nunca dan porque al pánico se unen ahora los severos recortes en prestaciones sociales y las dificultades económicas para salir de ese negro abismo. No hay atajos. Solo hay un camino para erradicar la violencia machista: eliminar de raíz la profunda desigualdad que, a pesar de los barnices, persiste entre hombres y mujeres.

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