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Joe Dante | Cineasta

«Antes de nacer, yo ya era nostálgico»

Espíritu libre como pocos, a Joe Dante (Nueva Jersey, 1946) le debemos algunos de los títulos paradigmáticos del fantástico de los años 80, cuando las salas de cine aún eran espacios para soñar: «Piraña» (1979), «Gremlins» (1984) y su secuela «Gremlins 2» (1990), «Exploradores» (1985) o «El chip prodigioso» (1987).

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Jaime IGLESIAS | MADRID

Desde hace quince años trabaja preferentemente en televisión, donde ha hallado un espacio de independencia creativa al margen de Hollywood. Pese a ello, mantiene intacta su legión de admiradores, como lo prueban las muestras de afecto, entusiasmo y pleitesía que recibió la pasada semana en Madrid, donde fue el invitado estrella de la primera edición del Festival Internacional de Cine «Nocturna», que le reconoció con el premio «Maestros del Fantástico».

¿Se reconoce en el cine que se hace hoy en día?

Bueno... (se toma unos segundos de reflexión buscando la respuesta más diplomática). Mentiría si te dijese que no hay un montón de películas con las que no me siento, para nada, identificado. Pero supongo que es algo inherente a la edad (risas).

Le pregunto esto porque su cine siempre ha sido voluntariamente anacrónico, comenzando por sus películas más celebradas de los 80, en lo que tenían de tributo al cine de ciencia ficción que se rodaba en los años 50. Esa mirada nostálgica, en su caso, ¿es la propia de quien piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor?

Antes de nacer, yo ya era nostálgico (risas). Lo que ocurre es que cuando eres un crío abarcas un campo muy pequeño, no tienes capacidad para reconocer un montón de cosas que ocurren a tu alrededor; supongo que por eso mismo es un territorio al que apetece volver de manera recurrente y eso está en la obra de muchos cineastas como John Ford y en los sueños de gente como Walt Disney, que cuando proyectó la construcción de Disneyland lo hizo evocando su propia infancia en Kansas City. Yo crecí en los 50 que, ahora que lo pienso, fue una época maravillosa para ser niño en EEUU., adulto no, pero niño sí, y no es que, personalmente, tuviera una infancia idílica porque tuve la polio, pero sí que son unos años muy especiales para mí. De ahí que en muchas de mis películas vuelva a ellos con una cierta melancolía a pesar de que la mayoría pertenezcan a un género, como el fantástico, que suele mirar al futuro y no al pasado. Supongo que en esto también tiene que ver la influencia que sobre mí ejerció una serie como «En los límites de la realidad» donde, frecuentemente, muchas de sus historias también participaban de una cierta nostalgia.

Para un romántico como usted ¿qué representan las nuevas tecnologías en lo referente a la creación audiovisual?

Cuentan que cuando Ray Harryhausen (el gran mago del stop motion en la creación de efectos especiales, recientemente fallecido) vio el trabajo que Industrial Light & Magic había desarrollado para «Parque Jurásico» en la creación de dinosaurios por ordenador, con mostrarse asombrado, no pudo evitar comentar: «Aquí falta un toque humano». Yo hago mía esa reflexión, por ejemplo, cuando reviso los cartoons de la Warner o de Disney de los años 50 y los comparo con los dibujos animados que se hacen ahora. Efectivamente, hoy en día tenemos una tecnología magnífica pero no hay ni rastro de la personalidad del dibujante ni de los animadores. Por eso mucha gente sigue prefiriendo los trabajos de Harryhausen o personajes como King Kong. En ellos hay una poética que es muy difícil conseguir con las nuevas tecnologías, puede haber casos excepcionales en los que la cosa funcione como en «La vida de Pi», pero no suele ser lo habitual.

Da la sensación de que a muchos cineastas de su generación, Hollywood les ha condenado al ostracismo...

Depende de quién seas (risas), pero bueno el tiempo no pasa en balde y muchos de los que hoy tenemos más de 60 años estamos atravesando por dificultades parecidas a las que tuvieron otros directores, antes que nosotros, en el tramo final de sus carreras. Recuerdo que cuando yo empezaba, cineastas como Richard Brooks («La gata sobre el tejado de cinc», «A sangre fría»...) se quejaban de la dificultad que tenían, llegados a una edad, para encontrar financiación y levantar nuevos proyectos. También es cierto que el negocio del cine ha cambiado mucho. Hoy en día Hollywood hace películas, casi en exclusiva, para un público menor de 25 años, algo que a mí, sinceramente, me costaría, porque ese público demanda fórmulas que cuando yo empezaba ni se conocían, como las comedias de humor soez. Aún recuerdo cuando Mel Brooks hizo «Sillas de montar calientes»: la película se cerraba con un festival de pedos que provocaba hilaridad y carcajadas porque en aquellos años era un elemento de humor transgresor. Hoy alguien se tira un pedo en una película buscando hacer reír y la gente se queda como diciendo «¿y?». Están cansados de verlo.

¿Es por eso que muchos directores de cine de éxito, como usted, ahora se dedican a la televisión?

Sí, porque también ocurre una cosa y es que los rangos en el sistema de producción de películas que contemplaba Hollywood, ya no existen. Hoy las producciones medias y pequeñas, es decir, lo que antes se denominaba «serie B» y «serie Z», son directamente realizadas para la televisión por cable y como trabajas con un presupuesto limitado tampoco estás tan presionado como cuando haces cine. Eso te permite trabajar más libremente, desarrollar buenas historias, etc. Hoy en día muchos grandes directores han trabajado en televisión y es un medio donde, por lo general, se hacen películas más interesantes que para el cine. Ya no existe ese estigma que había cuando yo empecé por el que hacer televisión representaba algo indigno, todo eso desapareció con la televisión por cable.

También el género fantástico ha mejorado su reputación en los últimos años ¿no cree?

Totalmente, pero porque ha dejado de vehicularse a través de la «serie B» y ha pasado a ser mucho más mainstream. Yo jamás pensé que viviría para ver algo así pero, en el fondo, tiene que ver con lo que decía antes respecto de la conformación de nuevos públicos. A la gente joven, que hoy configura el grueso de la audiencia, le encanta el cine con grandes efectos. De hecho, volar la Casa Blanca se está convirtiendo en una imagen muy popular (risas).

Pero a través del fantástico también pueden desarrollarse argumentos no tan banales. De hecho, dentro de la serie «Masters of Horror», el episodio «Homecoming» que usted dirigió, contenía una de las críticas más mordaces a la administración Bush y a la guerra de Irak.

Aquella película es el mejor ejemplo del grado de libertad que te da el trabajar para televisión. Hubiese sido imposible rodarla para el cine. Recuerdo mi indignación ante tanta consigna patriótica para crear un estado de ánimo favorable entre la ciudadanía, que legitimase la invasión de Irak. Así que me decidí a rodar «Homecoming», que era, efectivamente, una película muy crítica con las mentiras de Bush, pero que no dejaba, en el fondo, de ser una historia de zombis. Con eso y con todo fue de los pocos films que se rodaron, siendo él todavía presidente, donde se cuestionaba su política de manera frontal, y me siento muy orgulloso de haberlo hecho. Obviamente no cambió nada: si el cine sirviera para cambiar las cosas, todas las naciones del mundo se habrían desarmado tras el estreno, en 1964, de «Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú?», pero al menos mi película sirvió para que, de cara al exterior, no se pensase que todos los norteamericanos estábamos locos o que éramos unos maniacos de la guerra (risas).


 

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