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Juan Carlos Martín Alcalde, Amparo Fernández Rodríguez Comunidades Cristianas Populares de Laudio

Violencia contra las mujeres

Hombres y mujeres debemos asumir como tarea ineludible la construcción de una sociedad en auténtica igualdad y armonía, porque el camino del amor es inseparable del respeto, del reconocimiento y de la reciprocidad

Por medio de este escrito queremos hacer presente nuestra solidaridad a los familiares y allegados de Amagoia, compartiendo el dolor y el sufrimiento por su muerte violenta.

Ya son 29 las mujeres asesinadas en el Estado español en este 2013, entre ellas Amagoia Elezkano. En estos tiempos en los que aparentemente la emancipación de la mujer y su integración en el mundo profesional están superadas, suceden estos hechos que nos producen muchas inquietudes y nos dejan muchos interrogantes. El tema es muy complejo y queda mucho por debatir, pero demuestra claramente que la igualdad legal no va acompañada de la igualdad real.

Esta violencia es consecuencia de una larga historia de desigualdad de derechos en la que las mujeres han sido sometidas por los hombres, protegidos por un sistema patriarcal que obstaculiza el disfrute de los derechos humanos en igualdad de condiciones. El problema se ve acrecen- tado ahora con la crisis económica que está afectando especialmente a la mujer, por la grave privatización y desmantelamiento de los servicios sociales y los recortes en el presupuesto destinado a la protección de las mujeres. La división histórica entre lo público y lo privado también genera desigualdades pues es en el mundo privado donde sucede esta violencia que ahora, gracias a las diferentes luchas feministas, ha empezado a ser entendida como un problema político y social. Como muy bien indica el Ayuntamiento de Laudio, «la violencia contra las mujeres, además de llegar al máximo de destruir sus vidas, supone una conculcación de la participación de la vida pública de las mujeres. Incalculables e irreversibles son los costes personales y sociales y es la expresión de un orden social basados en la discriminación de las mujeres».

Esta violencia es consecuencia también de la mentalidad oficial y el trato discriminatorio hacia las mujeres por parte de la Iglesia Católica que, aunque reconoce su igualdad ante Dios, sigue en la práctica, defendiendo su subordinación al varón, a pesar de que Jesús de Nazaret, contra las leyes y costumbres de su época, exigió la misma igualdad y las mismas posibilidades para mujeres y hombres.

Es lacerante el papel que se le asigna a la mujer en las propias estructuras eclesiales así como en el acceso al sacerdocio, expresión estructural y orgánica de la desigualdad de trato entre el hombre y la mujer en la Iglesia.

La solidaridad e igualdad entre los dos sexos, es expresión del amor de un Dios madre y padre que ama a todas las personas y empuja al mundo a crecer y cambiar desde la construcción de un pueblo que cree en la solidaridad y en el respeto. Hombres y mujeres debemos asumir como tarea ineludible la construcción de una sociedad en auténtica igualdad y armonía, porque el camino del amor es inseparable del respeto, del reconocimiento y de la reciprocidad.

Todos nos hacemos preguntas y es bueno que nos las hagamos, en referencia a nuestra relación de pareja, relación de poder, de dependencia en las que vivimos. Que miremos, nos miremos y reflexionemos sobre los valores de insolidaridad, de poder, de discriminación, de rechazo a los otros que fomentamos y se fomentan a nuestro alrededor. Llamamos especialmente la atención al desempeño del poder, que en muchos casos se ejerce de una manera ilimitada, con capacidad para imponer todo sobre las personas. Un poder que debería ser un servicio al pueblo y se convierte en un poder al servicio de los más fuertes.

La muerte de Amagoia debe ser para todos y todas una llamada a alentar las conciencias dormidas, a visualizar el dolor y el sufrimiento que se genera por el ejercicio de un poder desmedido y desintegrado de los que viven en su alrededor. Del ejercicio de un poder absoluto sobre las personas y los pueblos que en el caso de muchas relaciones de pareja se convierte en un poder machista violento y destructor de la otra persona, de la mujer.

Es precisamente en la dignidad de todas las personas en la que queremos insistir, pues al margen de cualquier consideración religiosa, todos tenemos derechos y hay que respetarlos por el hecho de ser personas, pero la dignidad es algo distinto, se construye en un proceso interno de coherencia, de reconocimiento de la mujer, en este caso, como persona valiosa, más allá incluso de las leyes vigentes y, desgraciadamente, las mujeres están pagando un alto precio por ello.

Ante esta violencia calificada ya por muchos expertos como ideológica, las medidas sobre igualdad, revisión de los derechos humanos en clave femenina, la coeducación para la transmisión de otros valores, la conciliación de la vida familiar y laboral y otras muchas son muy necesarias pero, sobre todo, se necesitan políticas encaminadas a trabajar la verdadera autonomía de las mujeres en todos los ámbitos y que ayuden a superar el miedo escondido en el interior de tantas mujeres.

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