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«Insensibles» traslada a la Guerra de 1936 y en clave fantástica el síndrome de Nishida

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M.I.| DONOSTIA

Desde que Victor Erice realizó, en 1973, «El espíritu de la colmena» no han faltado películas dispuestas a relacionar a la infancia y la narrativa fantástica con la Guerra de 1936-1939. Hay momentos en los que «Insensibles» se acerca más a lo que Guillermo del Toro hizo en «El espinazo del diablo» y «El laberinto del fauno», o al oscurantismo de Agustí Villaronga en «Pa negre», pero la película del debutante Juan Carlos Medina resulta en exceso ambiciosa y pretende abarcar más periodos históricos.

Parte de la actualidad y se remonta a los años 30, pasando también por la II Guerra Mundial, el nazismo y la posguerra. El viaje retrospectivo surge de la búsqueda del protagonista, quien desea encontrar información sobre sus padres biológicos, ya que necesita un transplante de médula ósea. Su investigación le llevará hasta el extraño caso de unos niños y niñas que padecieron el síndrome de Nishida, una enfermedad congénita que provoca insensibilidad al dolor. Esta anomalía les convirtió en peligrosos, por lo que fueron internados en un siniestro asilo siquiátrico, aislado en las montañas. Con el transcurrir del tiempo serán objeto de toda clase de terribles experimentos, a los que únicamente sobrevivirá el más fuerte del grupo. El monstruo será utilizado como torturador y tendrá relación intima y descendencia con una detenida.

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