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Una comunidad real, no virtual, y un país con potencial

Dice la RAE que «virtual», en su acepción más común, es un adjetivo referido a aquello «que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente» y que se utiliza «frecuentemente en oposición a efectivo o real». También recuerda que el término proviene del latín, en concreto de «virtus», que significa fuerza, virtud. El reconocimiento de la comunidad de la lengua y la cultura vasca por parte de la ICANN, el organismo que gestiona a nivel mundial los dominios en internet, es un paso muy importante para nuestro país. En adelante, tras cumplir los plazos y procedimientos administrativos necesarios, tras realizar las pruebas técnicas pertinentes, esta comunidad se podrá reconocer en la red de redes a través del dominio «.eus».

Esta decisión homologa a nuestro país con otros, a nuestra comunidad con otros cientos, miles de comunidades de todo el mundo. Lo hace en un terreno, el «virtual», por denominarlo de alguna manera, que sorprendentemente va por delante del mundo «real» en muchos ámbitos, no solo en el tecnológico. Es un reconocimiento de lo que hoy existe, de lo que ha perdurado a través de los tiempos hasta configurarse en la época contemporánea como un país que se proyecta en el futuro, también en el ámbito de las nuevas tecnologías. Resulta paradójico que ese reconocimiento del país del euskara, del pueblo de los vascos, de Euskal Herria, como entidad real, no se dé a día de hoy en el terreno administrativo, político, económico o, simplemente, en el ámbito cultural. Es más, existe toda una maquinaria estatal destinada a negar dicha existencia, a reducirla a una existencia gregaria, dependiente, inmadura... ¿Quién querría pertenecer a esa clase de comunidad pudiendo formar parte de una plena, dinámica y, sobre todo, abierta y respetuosa con el resto de comunidades? Solo quien tiene privilegios, intereses o miedo a la libertad. A menudo, la red es reflejo de ese otro mundo.

Virtudes y fuerza de las comunidades reales

Según el proverbio en euskara, «izena duenak izana du». Pues bien, en internet la comunidad de la lengua y la cultura vasca se llama «.eus». Asimismo, se reconoce lo que existe y, por lo tanto, esta es una prueba más de que este país existe, también en ese mundo «virtual». Existe porque miles de personas que interactúan en él crean códigos propios y los comparten, se comunican entre ellas y con otras comunidades, expresan sus temores, sus ideas, sus anhelos, su voluntad. Porque esas personas crean y producen contenidos, una memoria colectiva, instituciones (la Fundación PuntuEus es una de ellas, una de las que en esta fase se ha demostrado más seria, aglutinadora, laboriosa y eficaz), empresas y transacciones económicas, expresiones artísticas, debates... Es decir, como el resto de comunidades vivas, crean desde lo más banal hasta lo más sustancial para las personas que componen dicha comunidad, desde cuestiones de consumo interno hasta aportaciones que tienen valor universal.

Es positivo que la capacidad de crear, de interactuar, de negociar, de interpelar y de comunicarse de las comunidades sea reconocida en este mundo. Está bien que ese reconocimiento provenga de la valoración de los méritos propios y objetivos, es decir, que no dependa de la capacidad de veto de agentes externos que solo intentan poner vallas al mar. Los gobernantes españoles y franceses demuestran a diario que no son capaces de resetearse, de compartir, de actualizarse. Su tendencia es a sostener versiones antiguas que los sistemas actuales no soportan, a perpetuar herramientas descatalogadas. Su mirada nostálgica y conservadora es un lastre que nuestro país no debe seguir soportando.

Mirando atrás, hay que recordar que la expansión y popularización de las nuevas tecnologías en nuestro entorno, hace más de dos décadas, coincidió con la explosión de las teorías sobre la globalización. En aquel contexto, con el derrumbe del bloque soviético y en plena euforia neoliberal, algunos gurús preveían el ocaso de las naciones y solían recurrir a las nuevas tecnologías para ilustrar cómo el mundo estaba cambiando, las distancias se estaban achicando y, en una fábula de cosmopolitismo supuestamente naif, el valor de las comunidades nacionales y culturales perdía peso frente a esa utópica globalización. Resulta que, frente a los pronósticos de la época, la historia no había terminado. Hoy en día las comunidades reales, aquellas formadas por personas que tienen raíces, lenguajes y proyectos de futuro compartidos, vuelven a cotizar alto en ambos mundos, el «real» y el «virtual», que no dejan de ser partes del mismo.

Mirando al futuro, frente a las grandes potencias, este es un pueblo pequeño, mucho más pequeño que decenas de grandes urbes creadas en este proceso de concentración global, pero también tan pequeño o incluso algo más grande que algunos de los estados más prósperos y viables de nuestro entorno. El impacto de las nuevas tecnologías ha sido brutal y no va a cesar. Esa realidad tiene cosas buenas y malas, como casi todo. Por eso es importante prever las tendencias y adaptarlas a nuestros proyectos, a nuestras necesidades como pueblo. Nuestra dimensión nos da opciones que otros no tienen, entre ellas la de hacer las cosas de otra manera, de experimentar, de adaptarnos a los cambios, de entablar una comunicación fluida y multidireccional basándonos en las personas, en los ciudadanos vascos. El euskara y nuestra cultura deben vertebrar ese proceso. El reconocimiento del dominio «.eus» es un paso en esa dirección, pero tal y como señalaron ayer los impulsores del proyecto, «el verdadero camino acaba de empezar». Tenemos el reconocimiento, aprovechemos nuestro potencial. Este proceso demuestra que es mucho y muy real.

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