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Jesus Valencia | Educador social

La sima que desveló su secreto

Es evidente que aquellas cautelas les sirvieron de poco; la evidencia, sepultada en las entrañas de una cavidad tenebrosa, ha salido a la luz. En estos tiempos, aqueja al Estado y a sus conmilitones una comezón semejante

Las calles de Bilbo, hace dos días, exigieron verdad, justicia y reparación para las víctimas del franquismo; otra nueva iniciativa que pretende acabar con la impunidad de que este sigue gozando. El pueblo va escribiendo, letra a letra, la historia que ocultaron los truhanes; nunca es tarde. El 4 de abril, la asociación Aranzadi recuperó en Zigoitia los restos de once combatientes; jóvenes milicianos que se habían agazapado en aquellos bosquedales para hacer frente al fascismo sublevado. La muerte no hizo distingos entre gudaris vascos y mineros asturianos que defendían, en trincheras contiguas, la democracia y la libertad. Los jóvenes comunistas pertenecían al batallón Facundo Perezagua, nombre que evoca embrionarias organizaciones obreras y masivas huelgas generales en la Bizkaia proletaria de finales del siglo XIX.

Otra importante aportación de Aranzadi había tenido lugar, cinco días antes, en Urbasa. La tierra recóndita, celosa guardiana de los cadáveres, fue prolija en informaciones. No eran tres sino diez las personas despeñadas; todas ellas delataban, mediante el orificio de su cráneo, la muerte con que habían sido matadas; se trataba de personas alejadas de los frentes de guerra y cercanas a los de la justicia. En aquella jornada hubo un hecho especialmente clarificador: la sima. Los asesinos eran conscientes, aun en plena vorágine fascista, de que estaban cometiendo un crimen; por eso arrojaron a sus víctimas a las profundidades de una oquedad de muy difícil acceso. Era el miedo a que la historia, por un capricho impredecible, pudiera dejar al descubierto la ignominia de sus maldades. Y si aquello sucedía -aunque fuera en algún día remoto-, el estigma de los criminales quedaría adherido para siempre a su apellido. Es evidente que aquellas cautelas les sirvieron de poco; la evidencia, sepultada en la entrañas de una cavidad tenebrosa, ha salido a la luz. En estos tiempos, aqueja al Estado y a sus conmilitones una comezón semejante. Tienen prisa por relatar la historia contándola a su manera. Recuentan las consecuencias de un viejo conflicto eludiendo las causas del mismo. Airean los crímenes ajenos con la esperanza de ocultar los propios. Honran reiteradamente a sus caídos sin mencionar a las muchas víctimas que sigue ocasionando su violencia agresora.

Empeño inútil, ya que el tiempo está de nuestro lado; un pueblo que ha sufrió tantas bellaquerías conserva vivo el recuerdo de todas ellas. El afán oficialista por encubrirlas bajo tupidos envoltorios está condenado al fracaso; nunca podrá distorsionar una historia de maldades que, por sufridas, están incorporadas ya a nuestra memoria colectiva. No es una premonición, sino una evidencia. Recordamos hasta los estragos gratuitos que ocasionó Carlomagno en Iruñea o el larguísimo asedio con que Alfonso VIII conquistó Gasteiz. Guardamos memoria más fresca del bravucón Duque de Alba y de sus agravios. ¿Cómo no recordar a los franquistas que -casi ayer- violaron a Maravillas? Ellos trataron de ocultar su crimen y nosotros evocamos la historia de aquella niña en las plazas de cualquier pueblo.

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