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Mikel Arginarena | Profesor jubilado

No frivolizamos la huelga

Su prestigio académico no es título suficiente para ridiculizar y criminalizar la huelga que miles de personas llevaron a cabo el pasado 30 de mayo

El 30 de mayo, miles de personas salimos a la huelga general convocada por la mayoría sindical y más de 60 movimientos sociales, que recogen las inquietudes que tiene nuestro pueblo. Previamente ha habido una actividad febril: reuniones, puntos de vista a contrastar, aunar criterios, calcular los riesgos de la convocatoria. Hay que redactar escritos, imprimir, distribuir y colocar carteles, concretar mil detalles pequeños pero imprescindibles para que el intento no resulte fallido. Es preciso informar a la gente acerca de las consecuencias de las decisiones políticas y sociales que se están imponiendo, reflexionar sobre la situación que soporta la gente en paro, las dificultades crecientes de miles de familias que malviven con empleo parcial o con sueldos cada día más escasos. La gente debe saber qué objetivo persiguen los poderes privados con tantos cambios en relación con las pensiones.

Como no ocurría en mucho tiempo, la gente está convencida de que la razón de tanto recorte está en una casta de personas opacas pero poderosas que, olvidando que la economía está ante todo para poner a disposición de todos lo que se precisa para una vida digna, la plantean como un galimatías en el que priman exclusivamente sus ganancias.

El sentimiento que prevalece al iniciar la preparación de una huelga es la enorme dificultad que supone mover a la gente que más directamente sufre las carencias para que diga: me planto. Nuestra vieja fe todo lo confiaba a Dios. Hoy muchos creen que los políticos terminarán por solucionar el desaguisado. Cada vez somos más los que solo contamos con la lucha de la gente.

No cabe duda de que la huelga supone un sobresalto en nuestra vida cotidiana. Si trabajamos en una empresa grande, como poco perderemos el sueldo de un día. Si nos enfrentamos en minoría al dueño del negocio, es de temer que a la vuelta encontremos la puerta cerrada. La prensa del poder clamará al cielo por la barbaridad de perder la producción de una día y hasta los políticos dirán que, si bien el trabajador tiene derecho a la huelga, es el momento más inoportuno para hacerla. Resumiendo: una huelga nunca resulta una fiesta.

Después de todo lo anterior, me parece deshonesto lo que Pello Salaburu, exrector de la UPV, dice en su artículo «Frivolizar la huelga» («El Correo», 1-6-13). Sabrá de sintagmas y elementos inquiridos, pero queda patente que no está del lado de los que más sufren en esta crisis. Su prestigio académico no es título suficiente para ridiculizar y criminalizar la huelga que miles de personas llevaron a cabo. Ridiculizar, insisto, por cuanto se regodea en la nula incidencia que, según él, tuvo en la población o diciendo que la gente tras las manifestaciones iba «a la cafetería de la esquina a tomar café o vermut». Y más intolerable aún su afán de criminalizar: «piquetes de información que actúan con contundencia, botes de pintura que lanzan»... Un doctor en lingüística no debería confundir la parte con el todo. Se mofa de la solidaridad de los trabajadores cuando dice que «todo eso del internacionalismo y solidaridad proletaria, si es que existió en alguna ocasión, ha pasado a la historia».

Si un alumno le presentara un trabajo académico del rigor de su artículo, seguro que le premiaría con un suspenso, por basar su tesis en datos recortados. No se acercó a ver lo que pasaba en el pueblo, desde su loma de Leioa vio que la gente hacía una vida normal, desde allí siguió la versión que daban los amos... ¿Dónde está el rigor científico? Para la gente que con entrega, enfrentándose a toda la batería de medios del poder, consiguió atraer a tanta gente, la huelga fue un éxito. Y si hubiera escuchado los discursos o simplemente hubiera leído las razones que se hacían llegar al pueblo para ir a la huelga, sabría que los organizadores no tienen un concepto mágico de la misma: ha supuesto el punto de partida para la redacción de una Carta de Derechos Sociales en clave de cambio social y de modelo económico, busca ser un acicate y un aglutinador de voluntades para superar tanto dolor y tanta decepción. Queda usted invitado. Ayúdenos a llevarlo adelante y exponga qué solución propone al desbarajuste neoliberal de la derecha más reaccionaria de Europa, cómo se enfrenta a esta crueldad moral y ética de quienes cortan el bacalao, díganos si la caridad o la limosna serán suficientes para salir del atolladero, denos ideas para que acertemos con medios nuevos, imaginativos, más eficaces a la crisis. En su epístola solamente adelanta que «no hemos de permanecer de brazos cruzados».

A nuestro planeta y a la gente que vive en ella le quedan muchos años de historia, esa tarea ha de hacerse constantemente. Y en esa escritura no tomamos tanto en cuenta las faltas de ortografía cuanto el hilo conductor.

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